Un premio a Barcelona
Un ingenioso caballero se lleva el premio Cervantes. Es un acierto. Muy merecido. Este es un Cervantes al talento, a la obra y al universo lleno de aventuras e ironía de Mendoza. Pero también es un premio a una España moderna, liberal y viajada. Representa un tributo a la normalidad, porque Mendoza se parece a cualquiera de nosotros.
Un ingenioso caballero se lleva el premio Cervantes. Es un acierto. Muy merecido. Este es un Cervantes al talento, a la obra y al universo lleno de aventuras e ironía de Mendoza. Pero también es un premio a una España moderna, liberal y viajada. Representa un tributo a la normalidad, porque Mendoza se parece a cualquiera de nosotros.
Cerrar los ojos y pensar en Mendoza me lleva a la Barcelona de mi infancia. A las calles del Ensanche en un soleado día de reyes. A los pisos de pasillos interminables y paredes empapeladas de flores, entre las que se mimetizan los Cusachs, el sofá y mi abuela. A mi padre en una vespa roja por la calle Homero. A la carne en salsa, la crema catalana casera y a cualquier cachivache para pasar el rato atormentando al gato o contando historias descabelladas.
Las mismas historias debía contar Mendoza a sus primos en la infancia y adolescencia, antes de viajar por el mundo y de dedicarse escribir. En la misma Barcelona, porque este también es un premio a Barcelona. A esa ciudad moderna, liberal y viajada que todavía existe y que muchos llevamos dentro, y que hoy, gracias a Mendoza, está llena de aventuras impensables.