Como si fuera 1959
Como si fuera 1959. Así celebran los suyos la muerte de Fidel Castro. Y es algo sorprendente ver lo nostálgicos que se han puesto estos días los más de entre nuestros progresistas. Cuando yo pensaba que la gran ventaja de ser progresista consistía, precisamente, en no tener que asumir como propias las barbaridades del pasado. Y es algo curioso que el Fidel al que más se recuerda y reverencia sea precisamente el más remoto. De esa época son, por ejemplo, las fotos que más abundan en periódicos y redes sociales, que recuerdan al Fidel comandante o al Fidel revolucionario, al Fidel que vivió hace 50 años, y que pretenden hacer olvidar al más reciente y cercano, el Fidel que ha muerto, el viejo tirano vestido de chándal.
Como si fuera 1959. Así celebran los suyos la muerte de Fidel Castro. Y es algo sorprendente ver lo nostálgicos que se han puesto estos días los más de entre nuestros progresistas. Cuando yo pensaba que la gran ventaja de ser progresista consistía, precisamente, en no tener que asumir como propias las barbaridades del pasado. Y es algo curioso que el Fidel al que más se recuerda y reverencia sea precisamente el más remoto. De esa época son, por ejemplo, las fotos que más abundan en periódicos y redes sociales, que recuerdan al Fidel comandante o al Fidel revolucionario, al Fidel que vivió hace 50 años, y que pretenden hacer olvidar al más reciente y cercano, el Fidel que ha muerto, el viejo tirano vestido de chándal.
Sin darse cuenta de que, al hacerlo, no despiden al Fidel que era sino al que creen que podría haber sido. Porque, muy a pesar de sus patéticos y contradictorios intentos, no honran tanto a su obra como a las promesas incumplidas de su revolución. Al revolucionario nunca le gusta tanto la realidad como sus potencialidades inexploradas. Y por eso, incluso cuando son capaces de hablar de “luces y sombras” de Fidel, son incapaces de reconocer que la única sombra que el destello revolucionario puede producir es la tiranía.
Tienen nuestros nostálgicos un problema adolescente con la realidad, a la que no “se resignan”, y por eso les importan un carajo los cubanos. Por eso se permiten con ellos un paternalismo que no se permitirían con nadie más. Por eso no hay que comparar a Cuba con California, nos dicen. Hay que compararla con Haití, insisten. ¿Y eso por qué? ¿Nos están diciendo que los cubanos no tienen el mismo derecho a la libertad y a la prosperidad que los americanos? ¿Nos están diciendo que algunos países están condenados a la miseria y que por eso la revolución no podía triunfar? ¿Nos están diciendo entonces que el medio siglo de sacrificio cubano sólo servía para que ellos pudiesen imaginarse una adolescencia un poco menos burguesa? Hay mucho de indigno en la nostalgia de estos nuestros románticos, y sería el colmo que viniesen ahora a defender que los derechos que un pueblo merece son los que pueda pagarse.
Me parece que la prueba definitiva de este romanticismo revolucionario de adolescentes aburguesados la dan con la machacona insistencia en el embargo americano. Esta estúpida excusa que sólo sirve para no tener que reconocer lo evidente, y para evidenciar su auténtica e infantil ideología; la convicción de que el mundo está obligado a cumplir sus sueños.