Hernando & Hernando: The Plan
“Freddy y Teddy” llamaban al tándem Rubalcaba-Zaplana en los años en que ambos lideraban a PSOE y PP en el Congreso. Era el tiempo de esplendor del bipartidismo, cuando el tercer grupo parlamentario tenía diez escaños y no podía ni imaginarse una alternativa viable a los dos grandes. El “turnismo”, por decirlo con palabras de Pablo Iglesias, acaba de enterrar el ciclo aznarista para abrir el zapaterista en una España que crecía al 4% y vivía en la cresta de la ola del boom inmobiliario. Populares y socialistas afectaban un antagonismo feroz en el hemiciclo, pero sus portavoces mantenían mucha química en privado, despertando los recelos del resto de grupos, que acuñaron el citado término para ironizar sobre la relación Freddy-Teddy.
“Freddy y Teddy” llamaban al tándem Rubalcaba-Zaplana en los años en que ambos lideraban a PSOE y PP en el Congreso. Era el tiempo de esplendor del bipartidismo, cuando el tercer grupo parlamentario tenía diez escaños y no podía ni imaginarse una alternativa viable a los dos grandes. El “turnismo”, por decirlo con palabras de Pablo Iglesias, acaba de enterrar el ciclo aznarista para abrir el zapaterista en una España que crecía al 4% y vivía en la cresta de la ola del boom inmobiliario. Populares y socialistas afectaban un antagonismo feroz en el hemiciclo, pero sus portavoces mantenían mucha química en privado, despertando los recelos del resto de grupos, que acuñaron el citado término para ironizar sobre la relación Freddy-Teddy.
Los albores de esta legislatura parecen fraguar un escenario similar. No es que haya magia entre Rafael Hernando y Antonio Hernando, más bien lo suyo obedece al pragmatismo de la confluencia de intereses. Y ya se sabe que los matrimonios que mejor funcionan son los de conveniencia. PP y PSOE necesitan articular un consorcio político que apague la efervescencia de los nuevos partidos y les niegue cualquier posibilidad de obtener resultados nítidos, palpables, que legitimen sus proyectos. Gobierno y oposición, Hernando & Hernando, Montoro y Saura, han decidido que llegó el momento de acostar a los niños y empezar a tratar sin distracciones las cosas de mayores. El objetivo es que la legislatura dure, sea productiva y al final de la misma muchos electores se pregunten: “¿De qué sirve Ciudadanos?” “¿Para qué nos vale Podemos?”
El riesgo estriba, claro, en que las diferencias entre los tradicionales se desdibujen por completo, despejando un amplio carril a los guardianes de las esencias. Tratarán de evitarlo con los fuegos artificiales de una rivalidad explícita en el Parlamento, veremos con qué grado de credibilidad. Ocurre que los réditos de la taimada alianza pueden ser lo suficientemente importantes (nuevo sistema de pensiones, gran pacto educativo, reversión de los recortes sociales de los años de la crisis, solución al conflicto territorial, acuerdo de Estado contra la violencia de género, reforma judicial, recuperación de protagonismo en política internacional) como para desarmar la demonización constante de la gran coalición que abandera Iglesias desde su residencia en el monte, donde se ha instalado definitivamente. La bonanza económica y la creación de empleo haría el resto en un país que acostumbra a votar con el bolsillo.
El rupturismo anti-establishment y los holdings periféricos siempre dejarían, en cualquier caso, margen suficiente para la supervivencia de Podemos. Más difícil lo tendría Ciudadanos y su vocación de bisagra, del todo prescindible una vez consolidados los puentes entre izquierda y derecha que con tanta fruición demandaba y una vez lanzadas -con participación naranja discreta o testimonial- las grandes reformas de su programa. Al final, sus pactos a uno y otro lado apenas habrían servido para delimitar el terreno de juego de los dos grandes, que prescinden del árbitro a la hora de la verdad. “Nunca la asociación con el poderoso es de fiar”, escribía Fedro en aquella fábula donde la cabra, la oveja y la vaca se sindicaban con el rey de la selva. Albert Rivera está empezando a comprobarlo.