Si esto fuera una película
Hace unos días publicaron en El Mundo un relato sobre un padre y su lucha por salvar a su hija, que sufría una enfermedad rara y mortal. El relato era increíble. El padre había reclutado a los mejores científicos y expertos. Aún mejor: había reclutado al mayor experto en la materia, y éste le había pedido un equipo a la altura. Así que el padre recorrió medio mundo.
Hace unos días publicaron en El Mundo un relato sobre un padre y su lucha por salvar a su hija, que sufría una enfermedad rara y mortal. El relato era increíble. El padre había reclutado a los mejores científicos y expertos. Aún mejor: había reclutado al mayor experto en la materia, y éste le había pedido un equipo a la altura. Así que el padre recorrió medio mundo.
EEUU, Francia y finalmente una cueva en Afganistán, donde estaba el último experto que le faltaba para el Dream Team. La operación era compleja. Increíblemente compleja. Una “manipulación genética prohibida en España” en la que el médico perfora la nuca del paciente en tres puntos distintos y hace “una especie de reseteo que pone el cerebro a cero”.
La historia era tan increíble que no podía sino funcionar. De las páginas de El Mundo pasó a los platós de la telerrealidad, y la emoción se convirtió, al parecer, en 150.000 euros recaudados en cuatro días. Un padre satisfecho y un periodista que había cumplido su misión. No su trabajo, que es algo terrenal y no eleva. El trabajo consistía en comprobar las fuentes y en estudiar la historia. Pero el trabajo presenta un riesgo: puede destruir la historia. Especialmente si lo que se tiene en las manos es una historia más grande que la vida.
Así que el trabajo lo hicieron otros. Josu Mezo, para empezar, en su blog y en twitter, esos “vertederos donde habita y crece la posverdad”. Poco después El País publicó un artículo que desmontaba el relato pieza a pieza. Y entonces sí, El Mundo reaccionó. Hoy ha publicado un editorial en el que pide disculpas, o algo parecido, y en el que hace autocrítica, o algo parecido. Un grave error periodístico que no se debería repetir.
La cuestión es que entre el relato de Simón y el editorial de hoy se publicó un avance de la nueva serie con la que intentarán enganchar a los espectadores. El Mundo publicó en Crónica una entrevista a Bana, la niña siria que relata la guerra en Twitter desde Alepo. “Mis queridas muñecas murieron durante el bombardeo”, entrecomilla el periódico.
Lo que no entrecomilla es que tiene siete años, que habla desde que cumplió uno, y que tiene ojeras “profundas y sombrías como cavernas”. Los autores del relato afirman que la niña narra la guerra con su inglés básico, a pesar de que la cuenta de Twitter es gestionada –según la descripción- por su madre. No se debería, condicional, repetir.
La figura del niño entre la tragedia es la esencia de este tipo de relatos. Por eso no es probable que veamos en algún suplemento de la prensa tradicional una entrevista a Kevin Caldente, el niño magnético de Saldungaray. Porque no hay tragedia en esa historia. O no la conocemos.
En cualquier caso, éste es sólo uno de los muchos tipos de relatos a los que conduce la misión del periodismo. Antes del caso Nadia estuvo la foto de Bauluz sobre la “indiferencia de Occidente”. O el “Experimento” de Almudena Grandes, un relato que superaba la dicotomía ciencias/letras. O, en fin, el escándalo Sokal en el ámbito académico.
Necesitamos historias extraordinarias que emocionen, que confirmen nuestras creencias y que nos reconforten. Por eso la misión del periodismo seguirá recibiendo premios, y el trabajo quedará para los demás.