Turquía en trance
El distrito estambulita de Besiktas, cuna de piedra, devino sepulcral reino del espanto en la noche del sábado, Día de los Derechos Humanos: al menos 38 muertos y 136 heridos dejaron los dos ataques terroristas perpetrados en las inmediaciones del Vodafone Arena Stadium.
El distrito estambulita de Besiktas, cuna de piedra, devino sepulcral reino del espanto en la noche del sábado, Día de los Derechos Humanos: al menos 38 muertos y 136 heridos dejaron los dos ataques terroristas perpetrados en las inmediaciones del Vodafone Arena Stadium.
El terror está devastando Turquía en el último bienio, llevándola de vuelta a la formidable primera mitad de los años 90 del siglo pasado, cuando los atentados y las vidas que segaban se contaban por centenares y aun por millares (tremenda elocuencia la de estos gráficos). El 30 de junio, un recuento que se hizo después de la matanza del Aeropuerto Internacional Ataturk cifraba en 209 los muertos y 862 los heridos por terrorismo en lo que iba entonces de 2016.
Están sufriendo especialmente Ankara y Estambul, las dos principales ciudades. Y las zonas de mayoría kurda, tétrico escenario de la muy cruenta guerra que libran desde hace décadas el Estado turco y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), reactivada con saña en 2015 con el brutal matadero sirio como telón de fondo.
No hay que ser pesimista para temerse lo peor, sino realista y persona medianamente informada: no parece que haya buen remedio en el corto plazo para Turquía, que además o sobre todo está en manos del descalificable Recep Tayyip Erdogan, neosultán que quiere hacerle a su país lo que Vladímir Putin a su Rusia non sancta: convertirlo en una siniestra parodia de democracia. Según informaciones objectivas, en el mismo sábado Día de los Derechos Humanos su maquinaria represiva siguió funcionando: “Desde el fallido golpe de Estado, 36.000 personas han sido encarceladas y están pendientes de juicio, y más de 100.000 han sido expulsadas o suspendidas de empleo en la administración pública, en el ejército, en la judicatura y otras instituciones (…)”.
A Turquía, en fin, le va muy mal y, trágico pero tan cierto, le puede ir aún peor. Abajo pues esa moral, y no perdamos la desesperanza.