Mi vida seriófila quedó fosilizada
Con las series me pasó algo curioso: me aficioné pronto, en 2005, prediqué el vicio entre mis amigos, casi ninguno de los cuales se había enganchado aún (y se engancharon todos), pero no he visto ninguna desde 2012. Hay una causa concreta: la detención del gordito Kim Dotcom.
Con las series me pasó algo curioso: me aficioné pronto, en 2005, prediqué el vicio entre mis amigos, casi ninguno de los cuales se había enganchado aún (y se engancharon todos), pero no he visto ninguna desde 2012. Hay una causa concreta: la detención del gordito Kim Dotcom.
Sí, yo las veía por Megaupload, a través de Seriesyonkis. No me engañaba en cuanto a la moralidad (e incluso a la elegancia) del pirateo. Sabía también que, en términos estrictamente realistas, pragmáticos, era el beso de la muerte: eludir el pago de aquello que me gustaba, y que costaba dinero realizar, era contribuir a su merma o desaparición. Pero me abandoné a la facilidad, como tantos: nos servíamos de coartada los unos a los otros. Solo cuando vi quién estaba detrás sentí repugnancia. Por mí mismo también. (Definitivamente, la ética se me activó en este caso por la estética).
No busqué nuevos modos de descargarme series. Y lo hice con tanta determinación, que ni siquiera busqué el modo de acceder a ellas pagando. No por ahorrarme el dinero ya, sino porque me instalé en la inercia de no ver series.
Así, no he visto ni una de las que se ha hablado en estos cinco años. He quedado fuera de miles de conversaciones. Es como si una gota de ámbar hubiese caído en el insecto que fui, y allí me quedé parado: en la sexta temporada de ‘Dexter’, en la cuarta de ‘Mad Men’. Soy un fósil de hace un lustro.