MyTO

Ascazo

El telediario muestra el Twitter de Iñaki Ellakuría, el ciudadano español que ha resultado herido en el atentado de Berlín, y veo las leyendas «Independentzia eta sozialismoa» y «Bilbo, Euskal Errepublika». De resultas, el gentilicio «español» echa a temblar, como tiemblan las app en los smartphones antes de tirarlas a la basura. Por un lado, supongo que el interesado repudia la españolidad (y aun me pregunto, ay, si cabría respetar su parecer); por otro, me digo que no la merece, ar. El locutor sigue hablando (tibia, peroné, cadera…) pero hace segundos que el estruendo del perfil ahoga sus palabras, de las que en adelante apenas percibiré voces aisladas, como si un demiurgo alucinado estuviera subiendo y bajando el volumen del televisor. Trato de deglutir el amasijo ‘independencia-atentado-español-herido’ pero no hay manera: el bolo se me ha hecho bola y me resigno a la inexorabilidad de ir regurgitándolo. Al cabo, me justifico, el tal Iñaki es una víctima del terrorismo y parece obligado que esa circunstancia se sobreponga a cualquier otra condición. Una larga adversativa revolotea en mi cabeza, pero no me atrevo a formularla de punta a cabo, pues temo despeñarme por el acantilado de la justicia poética, ese castigo divino con ínfulas de modernidad.

Opinión
  • Me fogueé en la revista El Ciervo a principios de los noventa y, tras un largo periodo dedicado a la edición en sus múltiples facetas, fundé una editorial, Tentadero, que fracasó por todo lo alto, dejando tras de sí cuatro obras hoy inencontrables, entre las que destaca Ebro/Orbe, de Arcadi Espada. Retomé el periodismo como redactor jefe del periódico Factual, semillero de modernidad que no resistió la crisis de 2009. Soy autor del dietario ‘Libre directo’ y, con Iñaki Ellakuria, de ‘Alternativa naranja’, crónica de la génesis y ascenso de Cs. Desde 2020 vivo en Madrid, terra d’acollida.

El telediario muestra el Twitter de Iñaki Ellakuría, el ciudadano español que ha resultado herido en el atentado de Berlín, y veo las leyendas «Independentzia eta sozialismoa» y «Bilbo, Euskal Errepublika». De resultas, el gentilicio «español» echa a temblar, como tiemblan las app en los smartphones antes de tirarlas a la basura. Por un lado, supongo que el interesado repudia la españolidad (y aun me pregunto, ay, si cabría respetar su parecer); por otro, me digo que no la merece, ar. El locutor sigue hablando (tibia, peroné, cadera…) pero hace segundos que el estruendo del perfil ahoga sus palabras, de las que en adelante apenas percibiré voces aisladas, como si un demiurgo alucinado estuviera subiendo y bajando el volumen del televisor. Trato de deglutir el amasijo ‘independencia-atentado-español-herido’ pero no hay manera: el bolo se me ha hecho bola y me resigno a la inexorabilidad de ir regurgitándolo. Al cabo, me justifico, el tal Iñaki es una víctima del terrorismo y parece obligado que esa circunstancia se sobreponga a cualquier otra condición. Una larga adversativa revolotea en mi cabeza, pero no me atrevo a formularla de punta a cabo, pues temo despeñarme por el acantilado de la justicia poética, ese castigo divino con ínfulas de modernidad.

En las horas sucesivas, será un consuelo comprobar que también los periódicos embarrancan en cavilaciones semejantes. Así, por ejemplo, Libertad Digital: «Sin embargo, este joven bilbaíno, desde su cuenta de Twitter -en la que reclama ‘independentzia eta sozialismoa’- muestra su ‘ascazo’ contra los ‘españolazos'». Sin embargo, sí. ¿Y entonces? (Y sólo tras ese interrogante, volver uno a sus asuntos.)