Debates de dominio público
Que en esta primera semana del año era dura la competencia por el tema que nos mantendría ocupados durante siete días es innegable. Ahí estaba la Toma de Granada –tan tradicional su celebración como, creo que desde este 2017 recién estrenado, su cuestión y su polémica- y el vestido de Cristina Pedroche, quien encendía todo tipo de materias posibles: tangibles e intangibles, cuerpos y palabras. A ver quién, tomando la toma de la tangente, se colaba entre esas dos discusiones, carne de remix tuitero en el ruedo hispánico, con r de redes sociales. Del tema al toma, y del toma al tomo. De lomo, se entiende.
Que en esta primera semana del año era dura la competencia por el tema que nos mantendría ocupados durante siete días es innegable. Ahí estaba la Toma de Granada –tan tradicional su celebración como, creo que desde este 2017 recién estrenado, su cuestión y su polémica- y el vestido de Cristina Pedroche, quien encendía todo tipo de materias posibles: tangibles e intangibles, cuerpos y palabras. A ver quién, tomando la toma de la tangente, se colaba entre esas dos discusiones, carne de remix tuitero en el ruedo hispánico, con r de redes sociales. Del tema al toma, y del toma al tomo. De lomo, se entiende.
Ya digo que entre ambos debates era complicado destacar, y así ha sido, pasando este asunto desapercibido. ¿Qué de qué hablamos? Pues de que los libros de los autores fallecidos en 1936 –Lorca, Valle-Inclán, Hinojosa, Eugenio Noel, entre otros tantos- pasan a ser de dominio público. ¿Y qué supone eso? En resumidas cuentas: en sus obras han expirado los derechos de autor; es decir, son obras que pueden ser difundidas con total libertad según la Ley de Propiedad Intelectual.
En estos días, primeros de enero, todo se ha abordado desde el titular y la noticia, sin profundizar, sin indagar, sin meditar sobre las consecuencias del hecho. O mejor dicho: sobre las posibles consecuencias que podríamos especular en torno al hecho. Una de ellas las puso sobre la mesa, con tino y acierto, Enrique Baltanás –profesor, novelista, ensayista, poeta, traductor…-: ¿por qué no pasa a ser de dominio público la fortuna o el capital de una familia en el transcurso de los años y sí la obra de un autor? ¿Por qué en un supuesto de propiedad tal el dominio es hereditario y, en principio, imperecedero y en el supuesto de obras de autor no?
Como todo debate de cierta complejidad, se nos ocurren argumentos a favor y en contra. De unos, el provecho de una transmisión universal de la cultura –una vez fallecido el creador y pasados los setenta años pertinentes según el canon de la legislación española, claro-; de otros, una expropiación sin más rédito para los herederos. Habrá más, evidente. Pero esos los dejamos para, ojalá, una discusión que pronto suceda. Aunque me temo que el Cremades, el caranchoa, la Pedroche o la Toma de turno serán, también en 2017, los únicos debates… de dominio público.