MyTO

Olvidarse de recordar

Olvidar es un problema. Por eso resulta tan complicado escribir sobre ideas de las que deshacerse, y más cuando uno tiende a enterrar el dolor y la tristeza, práctica habitual hoy en día y que nos lleva, aunque alguno diga lo contrario, a enquistar la miseria. De ahí que se me plantee la tarea como algo imposible, pues la letanía de desgracias que se nos acumulan desde hace años podría llenar el papel -e incluso faltaría espacio- hasta terminar con un “las cosas van mal, eso está claro”. Pero de qué serviría -y a quién le importa- semejante despliegue de infortunios, si además se hace evidente la desdicha que nos espera en un horizonte cada vez más cercano.

Opinión
  • Escritor y periodista. O eso dicen. Por si no me conocen, disculpen las molestias.

Olvidar es un problema. Por eso resulta tan complicado escribir sobre ideas de las que deshacerse, y más cuando uno tiende a enterrar el dolor y la tristeza, práctica habitual hoy en día y que nos lleva, aunque alguno diga lo contrario, a enquistar la miseria. De ahí que se me plantee la tarea como algo imposible, pues la letanía de desgracias que se nos acumulan desde hace años podría llenar el papel -e incluso faltaría espacio- hasta terminar con un “las cosas van mal, eso está claro”. Pero de qué serviría -y a quién le importa- semejante despliegue de infortunios, si además se hace evidente la desdicha que nos espera en un horizonte cada vez más cercano.

No me interesa el derrotismo, y mucho menos el convertirme en el culpable de una mala mañana, o tarde, o noche -o cuando sea que tenga usted, querido lector, la amabilidad de leer mis catástrofes mentales-, por lo que evitaré centrarme en esa retahíla de descalabros y pasaré, con su permiso, por encima de tanta diarrea social. Y es que la respuesta a la pregunta “¿qué ideas debemos olvidar en 2017?” es sencilla: absolutamente nada.

Algunos querrán desterrar términos como opaco, confianza, romper, populismo y demagogia. El primero nos provoca una fuerte congoja cuando aparece vinculado a la palabra tarjeta; el segundo nos hace huir si la Casa Real está cerca; el tercero se convierte en un pavor rancio cuando alguien habla de nacionalismo, y el cuarto y quinto, como si fuesen inseparables en la diatriba política, nos llenaron el pasado año de argumentos vacíos.

Y aquí estamos, corriendo en un patio de colegio y sin saber hacia dónde ir, porque de tanto “y tú más”, y “él lo hizo peor” y “nosotros nos llevamos, pero ellos cogieron el doble”, la historia se nos complicó y acabamos por asumir que algunas cosas no tienen remedio.

Quizá este punto, el último, sea el más importante, y el motivo de que me niegue a decirles que debemos olvidar. Porque enterrar o mirar para otro lado -que viene a ser lo mismo- nos sumergirá aún más profundo en este pozo -y disculpen la expresión- de mierda.

No voy a seguir, que bastante he abusado ya de su tiempo y su interés. Eso sí, si han perdido un minuto en leer todo esto, permítanme el consejo y no olviden.

Aunque “las cosas vayan mal, y eso esté claro”.