Suerte torera
Antes de que empiece a leer este artículo le advierto que escribo con engaño, es decir, que de algún modo me presento aquí hoy un poco torero y voy a darle uno o dos pases, si se deja, claro. Lo primero que debe saber es que el titular que culmina esta fotografía de libros antiguos no está exento de ambigüedad. Un hombre moderno se extraña al descubrir una noticia en la devolución de un préstamo de biblioteca fuera de plazo. La infractora, una mujer de ochenta años llamada Phoebe Webb, elegía el libro “Forty Minutes Late” de Francis Hopkinson Smith para leer en su casa. Le sorprendería descubrir lo que es capaz de hacer la gente con un libro prestado. Hay lectores que leen y se paran a pensar en lo que leen, lectores que subrayan palabras o líneas, lectores que no leen y lectores que hacen que leen. Hay lectores que doblan las esquinas de las páginas para marcar su lectura, hay lectores maltratadores de libros y hay gente que los roba, se olvida de ellos o los pierde.
Antes de que empiece a leer este artículo le advierto que escribo con engaño, es decir, que de algún modo me presento aquí hoy un poco torero y voy a darle uno o dos pases, si se deja, claro. Lo primero que debe saber es que el titular que culmina esta fotografía de libros antiguos no está exento de ambigüedad. Un hombre moderno se extraña al descubrir una noticia en la devolución de un préstamo de biblioteca fuera de plazo. La infractora, una mujer de ochenta años llamada Phoebe Webb, elegía el libro “Forty Minutes Late” de Francis Hopkinson Smith para leer en su casa. Le sorprendería descubrir lo que es capaz de hacer la gente con un libro prestado. Hay lectores que leen y se paran a pensar en lo que leen, lectores que subrayan palabras o líneas, lectores que no leen y lectores que hacen que leen. Hay lectores que doblan las esquinas de las páginas para marcar su lectura, hay lectores maltratadores de libros y hay gente que los roba, se olvida de ellos o los pierde.
Y la verdad es que no se me ocurre ninguna razón para no devolver algo prestado cuanto antes. Supongo que depende de cómo le enseñan a uno de niño a cuidar lo que es ajeno mejor que si fuera propio y de cómo se aprende a tratar a los demás con seriedad. Observaba yo, de la mano de mi madre cada vez que ella rompía el discurrir armónico de la calle para mirar escaparates, cómo tenía el detalle de comprobar que no incomodaba a nadie ni entorpecía el trajín de los viandantes.
El caso es que la señora Webb no había olvidado devolver el libro prestado a la biblioteca. La literatura pareció querer acompañarla para siempre.