We, the people
1787. Discusión interminable en el Congreso de los Estados Unidos. Benjamin Franklin propone un descanso para rezar, a ver si con la ayuda del cielo encuentran cómo desenredar el asunto que les ocupa. Alexander Hamilton le contesta que no tienen necesidad de ayuda extranjera. Es más que probable que ambos fueran ateos, pero eso no les impidió firmar en la Declaración de Independencia: “Sostenemos como evidentes por sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad.”
1787. Discusión interminable en el Congreso de los Estados Unidos. Benjamin Franklin propone un descanso para rezar, a ver si con la ayuda del cielo encuentran cómo desenredar el asunto que les ocupa. Alexander Hamilton le contesta que no tienen necesidad de ayuda extranjera. Es más que probable que ambos fueran ateos, pero eso no les impidió firmar en la Declaración de Independencia: “Sostenemos como evidentes por sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad.”
En el preámbulo de la Constitución, lo que los “padres fundadores” consideran evidente por sí mismo es que “we, the people”. Si la política, como quiere Maquiavelo, es “hacer creer”, en estos dos textos se encuentran las dos fuentes sustanciales de la fe política. Los hechos han demostrado que las naciones con más fe en “nosotros” (no en una parte selecta de nosotros) son también las que más pluralidad pueden soportar. “E pluribus unum,” se lee en el escudo norteramericano.
Por supuesto, no ha faltado la duda. Según Bernie Sanders, el país está fundado en “principios racistas”. Otros han calificado la Declaración de Independencia de sexista o de sarta de mentiras. Incluso Woodrow Wilson sostuvo que para comprender la auténtica Declaración de Independencia, había que saltarse su inicio. Pero si ningún régimen parece capaz de sobrevivir sin generar ciertas ilusiones sobre sí mismo, la ilusión del “nosotros” ha demostrado ser consistente. Nadie se siente escéptico cantando su himno nacional (o, entre nosotros, el himno de su equipo de fútbol).
Estados Unidos es lo que es, por su fe en “we, the people”. Un experto en demoscopia me aseguró hace años en Los Ángeles que cuando Richard Nixon batió a McGovern en las presidenciales de 1972, los pins jugaron un papel decisivo. Mientras los ojales de las chaquetas de los demócratas estaban vacíos, los de los republicanos llevaban, todos, la bandera norteamericana. «Y ese fue el mensaje decisivo», porque lo que dice la bandera es “we, the people”. Hillary Clinton ha perdido las elecciones por no darse cuenta de cuántos se consideraban excluidos de su “we, the people”.
Los antiguos atenienses sabían que “la sonrisa de Persuasión es un discurso elocuente”. Por eso la divinizaran y le erigieron una estatua en el centro de la ciudad.
O los europeos aprendemos a persuadirnos de que somos un “nosotros” o ya nos podemos despedir de Europa. No vamos por buen camino. Cuando quisimos hacer una Constitución común, sus primeras palabras fueron “Su majestad el rey de los belgas.”