Más resistente que el hormigón
Trump firmó el decreto presidencial y al día siguiente los periódicos mostraron en sus portadas un muro que se construirá dentro de unos meses. Vimos vallas que atraviesan El Paso, una muralla que tapa el horizonte en Tecate, mexicanos mirando a través de gruesos barrotes en algún lugar de la frontera. Los periódicos ilustraron la noticia de que Trump levantaría un muro con la fotografía de un muro que ya había sido levantado. No es un milagro. En algunos lugares de la frontera entre México y Estados Unidos, el muro existe desde hace años y no es la única frontera física construida por el hombre que permanece en pie en el mundo. Ni siquiera la más cruel. Las concertinas europeas dan fe de ello.
Trump firmó el decreto presidencial y al día siguiente los periódicos mostraron en sus portadas un muro que se construirá dentro de unos meses. Vimos vallas que atraviesan El Paso, una muralla que tapa el horizonte en Tecate, mexicanos mirando a través de gruesos barrotes en algún lugar de la frontera. Los periódicos ilustraron la noticia de que Trump levantaría un muro con la fotografía de un muro que ya había sido levantado. No es un milagro. En algunos lugares de la frontera entre México y Estados Unidos, el muro existe desde hace años y no es la única frontera física construida por el hombre que permanece en pie en el mundo. Ni siquiera la más cruel. Las concertinas europeas dan fe de ello.
El que un presidente ordene levantar un muro tiene una innegable fuerza simbólica. Aun mayor si el que lo ordena lo proclama con orgullo y es el líder de una nación forjada por un éxodo de emigrantes. Es normal que la prensa, que adora los símbolos, se deje arrollar por ellos. Pero en esta ocasión el símbolo se queda corto y empequeñece lo ocurrido.
Lo que Trump ha construido –ya lo ha hecho- es un artefacto mucho más dañino que un muro. Para adornar la firma de la insidiosa orden presidencial se hizo acompañar de víctimas del crimen. Víctimas de un crimen racial, pues lo que las unía era que todas habían sido violentadas por inmigrantes ilegales: “El bello Josh, hijo de Laura Richardson, fue asesinado por un inmigrante ilegal que jamás debió cruzar la frontera”. El presidente de Estados Unidos inauguró un tiempo de culpabilidades ontológicas y esa es la materia con la que se forjan las pesadillas. Mucho más resistente que el hormigón. Trump erigió frente las cámaras la figura del agresor potencial, no por su situación sino por su condición, y ante eso la erección de un nuevo muro es pura anécdota. Sólo sirve para que los bienintencionados se den de bruces contra él.