Objetivo: salvar a Francia
Francia ha sobrevivido a un quinquenio de grandiosa incompetencia en su primera magistratura -incompetencia política, se entiende; en otros terrenos, como el sentimental, el talento de François Hollande es mucho más patente-, y posiblemente pudiera sobrevivir a otro después de las elecciones presidenciales de este año. Pero, por ella misma y por el interés bien entendido de los españoles -que somos sus vecinos- y de todos los europeos, habría que esperar que no sea así y que logre enderezar el rumbo. En la hora más difícil en las relaciones internacionales del último cuarto de siglo, cuando entre Putin, Trump, el Brexit y los nacionalismos y populismos sobrevenidos están a punto de liquidar la construcción europea, lo mínimo que se debe desear es que el eje fundacional de ese viejo sueño, Francia-Alemania, recobre su pulso socioeconómico y su firmeza política. Porque, si no, se nos hunde el tenderete y acabaremos muy mal.
El problema es que hay suficientes mimbres en la cesta electoral para temer que siga igual de mal que con Hollande, o peor. Con Marine Le Pen más popular que nunca en un país sacudido por el terrorismo islamista -y que sin duda sufre también de sus ya antiguas dificultades para integrar a su numerosa población de origen inmigrante-, el peligro de una Presidencia de extrema derecha siempre está en el aire. Y el candidato conservador a vencer a socialistas y a Le Pen, François Fillon, está a punto de sucumbir al poco estético asunto del inexplicado sueldo público del que gozó durante años su mujer.
Para evitar males mayores -aunque no evitó a Hollande-, Francia posee ese sistema electoral a doble vuelta, para cuando ningún candidato supera la mitad de los votos en la primera. La teoría es que, aunque Le Pen vaya en cabeza, en la segunda vuelta el rechazo del lepenismo hará que suficientes ciudadanos voten al otro superviviente, aun tapándose la nariz. Iba a ser Fillon… pero se está desmoronando. De la izquierda vienen dos caballos perdedores, Jean-Luc Mélenchon (radical tipo Podemos) y Benoît Hamon (socialista gaseoso tipo Hollande o Zapatero). Y de repente nos fijamos en un quinto personaje, Emmanuel Macron, el más joven y quizá el nuevo favorito. Y eso que Wikileaks aún no lo ha honrado sacando a la luz sus e-mails, como acaba de hacer con Le Pen y con Fillon.
Macron es bastante desconcertante, sí. Un economista liberal que trabajaba brillantemente en la Banca Rothschild y ficha por el Gobierno socialista, del que dimite pronto, pero entre medias saca una buena ley de desarrollo económico que liberaliza cosas como las aperturas comerciales los domingos. Para la cosa del morbo, un hombre de 39 años casado con la que fue su profesora de literatura en el bachillerato, y que va a cumplir los 64. Para la definición política, un ‘outsider’ que ha fundado su propio partido, ‘En marche’, y que se ve atacado como «populista de centro» desde muchos sectores irritados en Europa: por ejemplo, a la izquierda, el diario británico ‘The Guardian’; a la derecha, bastantes voces próximas al PP en España.
Síganlo de cerca. Uno no sabe exactamente donde situarlo, pero pensándolo un poco se perciben en él más rasgos esperanzadores que negativos. En el fondo, como nos sucede aquí con Albert Rivera. Padecido lo que se ha padecido, más vale un perfil así que las viejas rutinas o los nuevos extremismos.