El misterio Tillerson
De Donald Trump se desconoce lo básico: si es un lunático sin más o si “hay método en su locura”. Esto no lo hace menos abyecto, pero sí lo haría, de alguna forma, más predecible. Se podrían elaborar respuestas políticas, diplomáticas y comerciales con más precisión. El problema es que aún no sabemos en qué cancha y con qué reglas estamos jugando. Son los propios altos funcionarios norteamericanos los que muestran su desconcierto. Los demás asistimos a las firmas de sus órdenes ejecutivas entre abochornados e incrédulos.
Entre los mayores misterios de la Administración Trump está el del Secretario de Estado, Rex Tillerson, CEO de la petrolera ExxonMobil desde 2006 hasta su nombramiento. Exxon es una de las empresas más fuertes del mundo, financiera y políticamente, y Tillerson ha sido durante todos estos años un destacado miembro del lobby petrolero. Un sector que llevaba más de 70 años intentando entrar en el mercado mexicano, vetado a cualquier forma de inversión extranjera hasta la reforma energética de 2013, que quitaba el monopolio a la ruinosa petrolera estatal. Pemex fue creada por Lázaro Cárdenas tras la nacionalización del sector en 1938. Estos hechos envenenaron la relación de ambos países hasta hace pocos años, porque aquella decisión es un hito constituyente de la identidad política mexicana. La reforma liberalizadora del sector petrolero ha sido una demanda muy difícil de conseguir y tremendamente impopular en México.
Durante estos más de 70 años, las petroleras de Estados Unidos han suspirado por los derechos de prospección y extracción del crudo mexicano, tanto en tierra como en las aguas mexicanas del Golfo de México. El petróleo mexicano ha sido causa de guerra entre ambos países. Ahora, cuando por la incompetencia en la gestión de Pemex y gracias a la ley energética las petroleras mundiales se preparaban para entrar en México, la política bravucona y racista de un presidente millonario le pone la presidencia de México en bandeja a la izquierda, que ha prometido revertir dicha ley. ¿Avala Tillerson esta política contra su sector? ¿Piensa que Pemex está tan mal que ni siquiera la izquierda se atreverá a derogar la ley? No hay respuestas claras.
Me atrevo a plantear una hipótesis, que es a lo máximo a lo que podemos aspirar en este escenario, y que tiene que ver con la “relación especial” con Rusia. Tillerson es, como su jefe, cercano a Putin, y como él, ha visitado Rusia con asiduidad en los últimos años. Rusia tiene una industria petrolera obsoleta, afectada por las sanciones, y sufre problemas crónicos de inversión y corrupción. Las inversiones internacionales son un juego de suma cero, por lo que, cuanto menos inversión petrolera vaya a un México que renacionaliza su industria y se desestabiliza por la retirada de EEUU del TLCAN, más irá a una industria petrolera rusa que lo necesita como agua de mayo. Si esto es así, todo es más preocupante aún que la hipótesis de la improvisación. Entre otras cosas, porque daría verosimilitud a algunos informes que las propias agencias de inteligencia norteamericanas pusieron en circulación. Y a otros que Rusia pudiera tener de sus “nuevos amigos americanos”.