Huir hacia el abismo
En ocasiones, los atestados de tráfico se parecen mucho a la política. En contra de la apariencia, se descubre que el vehículo ha caído por el barranco en el que no se encontraba el peligro. La corrección de la trayectoria, bienintencionada pero excesiva, hace al conductor precipitarse por el lado contrario al riesgo del que se quería huir. El fenómeno Donald Trump tiene, en efecto, algo de trágico: es una huida que lleva hacia la muerte que se pretende sortear.
El aislacionismo anunciado por Trump durante su campaña es la consumación de la política de “retirada” comenzada por Obama y que tantos quebraderos de cabeza dio a Hillary Clinton, Samantha Power o Susan Rice, las más agresivas dentro de su Consejo de Seguridad Nacional. Obama y Trump son una corrección al “liberalismo internacionalista” abrazado por demócratas y republicanos tras la caída del muro y encarnado en Clinton (marido) y Bush (hijo). La idea de una excepcionalidad americana como algo exportable y susceptible de ser impuesto en todos los rincones del globo ya no atrae al votante medio norteamericano como lo hacía hace 15 años. La América de Obama, desgastada financiera y humanamente por las guerras de Irak y Afganistán –apoyadas, todo sea dicho, por pesos pesados del partido demócrata–, necesitaba una “vuelta a casa” similar a la abanderada por Mc Govern tras la tragedia de Vietnam. El riesgo, cada vez más patente si miramos las primeras decisiones de Trump en materia de comercio, en su relación con algunos de sus socios tradicionalmente estratégicos o con determinados organismos internacionales, es que el volantazo corrector sea excesivo y termine por convertir a EE.UU. en un “hikikomori” de la escena internacional.
Pero Trump es, también, una reacción a Obama y a las veleidades amparadas por la mentalidad liberal de las llamadas bicoastal elites, de la que Hillary Clinton no habría sido sino una secuela todavía más radical. Algunas de las medidas sociales llevadas a cabo por Obama han sido vistas por amplios sectores conservadores norteamericanos como excesivas y poco representativas de una sociedad extremadamente plural. La más llamativa de esas medidas quizás haya sido el intento de imposición a los Estados, a golpe de orden ejecutiva del presidente –finalmente paralizada por algunos tribunales federales– de la normativa permitiendo a los transexuales elegir qué cuartos de baño utilizar.
Los volantazos electorales desde 2008 han sido bruscos. Desde la llegada de Obama al poder el partido demócrata ha perdido sus mayorías en el Senado y en la Cámara de Representantes. La elección de Donald Trump es un viraje más en ese proceso correctivo que, de no ser enderezado a tiempo, podría conducir a EE.UU. Hacia el abismo.