MyTO

Los (siniestros) aliados de Podemos

Cuando me preguntan por mi socialdemocracia siempre respondo lo mismo. Ya sea a personas bienintencionadas o a retroliberales que, por haber pasado un desagradable y siniestro sarampión maoísta en la adolescencia, se creen capacitados para formular preguntas con el mismo rictus de colmillo retorcido de cuando te acusaban (con razón, por otra parte) de *tibio acomodaticio*, *rojo de moral pequeño burguesa* y *trotskista de salón*: defiendo que en la jungla debe haber un Tarzán/racionalidad que imponga un mínimo de orden y justicia a golpe de grito recaudador y repartición solidaria a la par que sostenible. No creo, como los cínicos retroliberales, que el sacrosanto Mercado sea el puto Oráculo de Delfos. Más bien todo lo contrario. Y la crisis que hemos padecido, y lo que te-rondaré-morena, me asiste en la argumentación de unos principios marxistas (de Groucho) que se pueden cambiar por otros si me lo pide la abnegada Margaret Dumont. Además, a diferencia de Aznar, yo sí quiero que me digan lo que puedo beber para no convertirme en un peligro público On The Road. En el hipotético caso de que tuviera carné de conducir y coche, claro está.

Opinión
  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

Cuando me preguntan por mi socialdemocracia siempre respondo lo mismo. Ya sea a personas bienintencionadas o a retroliberales que, por haber pasado un desagradable y siniestro sarampión maoísta en la adolescencia, se creen capacitados para formular preguntas con el mismo rictus de colmillo retorcido de cuando te acusaban (con razón, por otra parte) de *tibio acomodaticio*, *rojo de moral pequeño burguesa* y *trotskista de salón*: defiendo que en la jungla debe haber un Tarzán/racionalidad que imponga un mínimo de orden y justicia a golpe de grito recaudador y repartición solidaria a la par que sostenible. No creo, como los cínicos retroliberales, que el sacrosanto Mercado sea el puto Oráculo de Delfos. Más bien todo lo contrario. Y la crisis que hemos padecido, y lo que te-rondaré-morena, me asiste en la argumentación de unos principios marxistas (de Groucho) que se pueden cambiar por otros si me lo pide la abnegada Margaret Dumont. Además, a diferencia de Aznar, yo sí quiero que me digan lo que puedo beber para no convertirme en un peligro público On The Road. En el hipotético caso de que tuviera carné de conducir y coche, claro está.

Como vivimos en un país de cerdos, hay que disfrutar del glorioso chorizo y el imperial fuet pese al colesterol. Ahora que lo escribo me doy cuenta de que el cerdo nos une como nación. De conversos mil leches. Tanto el sabrosamente comestible como el corrupto. ¡Maravilloso!

De ahí que los que pensamos que Podemos y sus confluencias y afluencias y colmillos retorcidos exmaoístas (quienes, por cierto, dominan el espectro mediático) son un peligro para el estado del bienestar exijamos honradez a nuestros representantes y otros cargos digitales.

Ningún aliado más fiel del peligrosísimo populismo de Podemos que el campanudo Rodrigo Rato, Jordi Pujol Patria o Andorra S.L, los dicharacheros sindicalistas ozú de los ERE, la escorialesca/fallera mafia Gürtel o la torna Undargarín.

Cuando me preguntan por mi socialdemocracia siempre respondo lo mismo.