Si no cumples tus promesas, otro lo hará
Dice Ferran Caballero aquí mismo: “Cuando el público de Le Pen grita ‘Estamos en casa’, le está regalando al Frente Nacional y a su líder y candidata algo que sus rivales harían muy bien en tratar de disputarle. Algo que es fundamental en democracia y que por eso no le pertenece y mucho menos en exclusiva. Le está regalando la promesa de un hogar donde el hombre y su trabajo tendrán sentido”.
Dice Ferran Caballero aquí mismo: “Cuando el público de Le Pen grita ‘Estamos en casa’, le está regalando al Frente Nacional y a su líder y candidata algo que sus rivales harían muy bien en tratar de disputarle. Algo que es fundamental en democracia y que por eso no le pertenece y mucho menos en exclusiva. Le está regalando la promesa de un hogar donde el hombre y su trabajo tendrán sentido”.
Se podría escribir una enciclopedia entera con las promesas que las democracias liberales le han regalado a los populismos. Empezando por las estéticas, como la del amor romántico, la de la belleza y la de unas ciudades habitables engendradas orgánicamente por la sociedad civil y no académicamente por planificadores estatales. Porque ni el amor romántico ni la belleza ni la necesidad de un espacio habitable y no simplemente vivible son construcciones sociales: son necesidades grabadas a fuego en nuestra codificación genética. La negación radical de la naturaleza humana, y no sólo de sus peores instintos como pretenden los defensores de la ingeniería social, engendra monstruos de los que se aprovecharán los peores de entre nosotros.
Lo mismo ocurre con la seguridad. Frente al mito de que el mejor remedio contra la violencia es la educación y la redistribución de la riqueza se interpone la realidad. Esa que dice que las tasas de violencia jamás han disminuido tan abruptamente como cuando se ha incrementado la represión armada por parte de un tercero imparcial. Es decir del Estado.
Politólogos y políticos se suelen sorprender cuando los ciudadanos occidentales dicen percibir un incremento de la inseguridad ciudadana al mismo tiempo que las tasas de delincuencia permanecen estables o incluso disminuyen. Olvidan la diferencia entre violencia e impunidad. En un estado de anarquía, el ciudadano medio se resignará a la violencia e intentará sobrevivir como buenamente pueda. En democracia, y cuando hasta el más mínimo de nuestros movimientos está controlado, fiscalizado y tasado por las autoridades competentes, el ciudadano da por descontada la seguridad y lo que no tolera son más bien las bolsas de impunidad.
En el caso de la India, la percepción de impunidad se centra en los crímenes sexuales. En el caso europeo, en determinadas burbujas de alegalidad con las que se beneficia a colectivos concretos. Los okupas son un caso de manual: leyes ad hoc españolas toleran su delito siempre y cuando hayan pasado 48 horas entre la comisión de este y la denuncia de la víctima.
Olvidan politólogos y políticos que el rechazo de la inequidad también tiene raíces biológicas y que no es posible educar a los ciudadanos para que la acepten civilizadamente. Ojo con cederle también la promesa de justicia a los populismos. Porque esa no es una promesa meramente estética sino primaria y eso ya son palabras mayores.