Destructores de belleza
Creo que no hay nada que me guste más que mirar el Arlanza desde las torcas donde anidan los buitres, cerca del monasterio de San Pedro que Sergio Leone convirtió en un sanatorio para Clint Eastwood. O recorrer los cañones que surcan las golondrinas bajo la ermita de San Pelayo, en verano, junto a la cueva que fue una casa neolítica. No hay nada mejor que saludar a los corzos, cuando cae el sol, en los sembrados de Castilla, y no cambiaría por nada una sola de sus encinas, un solo enebro, una sabina.
Creo que no hay nada que me guste más que mirar el Arlanza desde las torcas donde anidan los buitres, cerca del monasterio de San Pedro que Sergio Leone convirtió en un sanatorio para Clint Eastwood. O recorrer los cañones que surcan las golondrinas bajo la ermita de San Pelayo, en verano, junto a la cueva que fue una casa neolítica. No hay nada mejor que saludar a los corzos, cuando cae el sol, en los sembrados de Castilla, y no cambiaría por nada una sola de sus encinas, un solo enebro, una sabina.
Estoy religada a la tierra donde se erige Covarrubias, como religado está un olmo con la ribera del Duero. Es una comunión íntima, mística, casi panteísta, que una arrastra con los pies por sus valles y por sus caminos. Es también callada: no requiere de ritos, símbolos o plegarias; solo de ojos, de olfato, de oídos. Es el silencio necesario de lo inefable.
Romper su quietud lleva a la destrucción de la belleza. La ruina llega de la mano de quienes quieren dar vigor de ley y estatus político a lo que es hermoso. Entonces dejan de decir “fuente, cerro, desfiladero, meandro”, y dicen “nación”. Qué ridículo. Imaginen que llamáramos al Cristo de Velázquez “patria”; y a algún atardecer de Turner, “Estado”. Supongan que buscáramos en un poema de Salinas las fronteras de un país. O que quisiéramos escribir “soberanía” sobre las olas del océano. Que alguien encontrara razones para la secesión en la joroba de un cachalote, o quisiera componer un himno para que lo bailara un coro de estorninos.
El nacionalismo ha sido un caudal histórico y prodigioso de productos nocivos que se resumen en la destrucción de la belleza. Pueden perdonarse los pecados y los errores, pueden olvidarse las traiciones y las mentiras. Cabe la absolución de las miserias, de la soberbia, de la tacañería. Estoy dispuesta a disculpar las más grandes ofensas. Pero no habrá impunidad, no hallarán descanso nunca los destructores de la belleza.