Y ahora, Le Pen
El día de la nominación de Donald Trump como candidato republicano a las presidenciales de Estados Unidos una parte de la derecha comenzó un desagradable striptease que, por supuesto, todavía no ha terminado. La siguiente impudicia es ir mostrando, poco a poco, su comprensión con el lepenismo. No mediante un sonoro aplauso, que eso rompería el sugerente clima que requiere el striptease, sino mediante algo más sutil, como la crítica a cualquier crítica que reciba Marine Le Pen.
El día de la nominación de Donald Trump como candidato republicano a las presidenciales de Estados Unidos una parte de la derecha comenzó un desagradable striptease que, por supuesto, todavía no ha terminado. La siguiente impudicia es ir mostrando, poco a poco, su comprensión con el lepenismo. No mediante un sonoro aplauso, que eso rompería el sugerente clima que requiere el striptease, sino mediante algo más sutil, como la crítica a cualquier crítica que reciba Marine Le Pen.
El malismo es una nueva corrección política. Tan perezosa como el ancestral buenismo, al que ya empezamos a echar de menos aunque sólo sea porque no se quejaba tanto. Las lágrimas socialdemócratas se nos antojan tímidos pucheros ante el incesante llanto de la derecha alternativa, que no encontrará consuelo mientras exista un sólo medio que siga llamando populismo al populismo.
Lo más fascinante de este movimiento es su afán por reinterpretar a quien no desea ser reinterpretado. Marine Le Pen heredó un partido cuyos cuadros se partían de risa cuando su fundador, que resulta que es su padre, decía que los sidaicos eran un peligro para la nación francesa. El Frente Nacional ha vivido un cierto aggiornamento, un salto estético, pero hace falta estar muy enamorado para llamar conservadora a quien quiere demoler toda la arquitectura institucional de la Unión Europea.
Verán como pronto le inventan un adjetivo -qué se yo: exótico, sentimental, patriótico, ¿trágico?- que adosarle al supuesto conservadurismo de Marine Le Pen para hacérnoslo tragable y asimilarla a los conservadores realmente existentes, que son los que pretenden conservar y no destruir.
El vídeo de campaña que presentó el Frente Nacional hace unas semanas es tan brillante como aterrador y lo es porque no oculta una sola de las ideas de Marine Le Pen: Repliegue ante la modernidad, xenofobia, nacionalismo y demonización de la democracia liberal. El barniz épico realza, no oculta. Termina con un lema usurpador: “En nombre del pueblo”. Pero no la llamen populista, que se nos ofenden los trumpianos.