En nombre del pueblo
«Como en otras partes de Europa, en un contexto general de crisis del liberalismo, el concepto de pueblo se iba convirtiendo en coartada de un nuevo autoritarismo que gobernaba en su nombre». Resulta difícil no advertir en esta apreciación de Juan Francisco Fuentes (Diccionario político y social del siglo XX español) una alta dosis de actualidad, bien que el autor habla de los años 20.
«Como en otras partes de Europa, en un contexto general de crisis del liberalismo, el concepto de pueblo se iba convirtiendo en coartada de un nuevo autoritarismo que gobernaba en su nombre». Resulta difícil no advertir en esta apreciación de Juan Francisco Fuentes (Diccionario político y social del siglo XX español) una alta dosis de actualidad, bien que el autor habla de los años 20.
Habida cuenta de las dificultades a las que se enfrenta hoy el liberalismo, cuyo margen de crecimiento se ve altamente amenazado por el auge del populismo, ¿significa, pues, que debemos atribuir intenciones autoritarias a todo el que recurra al término pueblo? El pueblo español, el alemán, el suizo, son sujetos de soberanía recogidos como tales en sus respectivos textos constitucionales. Una acepción de largo recorrido pedagógico, pues la manida la democracia es el poder del pueblo es lo primero que cualquier alumno oye en un aula respecto a la noción del concepto.
El pueblo como sujeto de soberanía entraña, sin embargo, la consideración de un conjunto de ciudadanos libres e iguales, valedores últimos todos y cada uno de ellos de las decisiones que han de determinar el discurrir de su proyecto común. Sin embargo, en este tiempo nuestro, malditamente interesante, son escasas –y antipáticas para muchos- las alusiones al pueblo como sinónimo de ciudadanía y en cambio abundan las llamadas al despertar de una presunta voluntad colectiva que diluye la gama de colores que caracteriza a la diversidad de ciudadanos que de ella participan.
En su spot oficial como candidata en las presidenciales francesas, Marine Le Pen, quien protagoniza un rodaje que se asemeja a un tráiler de un biopic épico, declara sus intenciones con un eslogan concluyente: Au nom du peuple. El hecho de que el spot se narre íntegramente en primera persona y sin hablar de una sola política pública ya da cuenta de las intenciones –al menos, retóricas- de Le Pen, pero con la observación de Fuentes el diagnóstico es del todo demoledor.
En su carrera hacia el Elíseo, Le Pen acusa con total impunidad a la Justicia francesa de perpetrar campañas políticas en su contra o se niega a ser interrogada por las autoridades, excluyendo a su antojo de su noción de pueblo a aquellos que considera que torpedean sus planes. Los enemigos del pueblo. Los efectos más perniciosos de las apelaciones al pueblo sin matices están en la facilidad con que una vez definido el nuevo sujeto no existen discrepantes en igualdad de derechos sino enemigos apartados de toda aspiración colectiva. Es importante replicar con la noción de ciudadanía a quienes la desechan para que estos no olviden que, a pesar de su empeño, nadie debe dejar de contar.