Catacumbismo masculino
¡A los hombres se nos multiplican los placeres! El último es ese al que le he puesto el nombre de “catacumbismo masculino”. Consiste en un encuentro –por lo general comida o cena– entre amigos: solo hombres, sin ninguna mujer. No tarda en fluir una conversación maravillosamente libre, alimentada por el morbo de que no podría mantenerse en público, tal y como están hoy las cosas. En esas catacumbas se respira el inequívoco airecillo de la libertad: un picor revitalizante, gustoso.
¡A los hombres se nos multiplican los placeres! El último es ese al que le he puesto el nombre de “catacumbismo masculino”. Consiste en un encuentro –por lo general comida o cena– entre amigos: solo hombres, sin ninguna mujer. No tarda en fluir una conversación maravillosamente libre, alimentada por el morbo de que no podría mantenerse en público, tal y como están hoy las cosas. En esas catacumbas se respira el inequívoco airecillo de la libertad: un picor revitalizante, gustoso.
Y que no se precipiten los censores (¡ni las censoras!): no se trata de conversaciones exactamente machistas; sino eso, masculinas. Por lo general son (¡somos!) hombres ilustrados, defensores de la igualdad de derechos. Nuestras conversaciones no son las de los trogloditas de toda la vida, sino conversaciones cultas. Cultas y picantes. No hablamos con la impunidad con que hablan los machistas cuando se juntan –los cuales, por otra parte, no necesitan juntarse solo ellos para ejercer–, sino de algo más sofisticado, o quizá ingenuo: gozar de un rincón de espontaneidad con algo parecido a la travesura.
Alguna broma cargada se suelta, naturalmente: nos complacemos en incurrir en incorrecciones políticas; aunque no exentas de ironía, ante todo con nosotros mismos. Nos domina en general un estupor: el de la constatación biográfica del darwinismo de las mujeres. En algún momento descubrimos lo que dijo Josep Pla: “La mujer es el ser antirromántico por excelencia”. Y en el fondo, al tiempo que nos duele, lo admiramos. Y procuramos que nos haga más sobrios.
No son estas las únicas conversaciones que mantenemos, por supuesto. Mi interlocutora favorita, de hecho, es una mujer. Y los mismos amigos nos lo pasamos igual de bien cuando hay mujeres con nosotros. Solo que la conversación es distinta. El catacumbismo masculino produce una conversación (¡y un placer!) singular.