Día de la mujer: nuevo plebiscito
Es algo que una comprueba -no sin la pertinente damnificación de su sentido de la responsabilidad- una vez cumplido un tiempo prudencial en su desempeño como contribuyente, en la medida que sea, al debate público. El avance del antiliberalismo en sus múltiples formas, lo venimos contando hace meses, mina las posibilidades de pluralismo la democracia representativa a través de planteamientos dicotómicos, y por ende excluyentes, del relato común.
Es algo que una comprueba -no sin la pertinente damnificación de su sentido de la responsabilidad- una vez cumplido un tiempo prudencial en su desempeño como contribuyente, en la medida que sea, al debate público. El avance del antiliberalismo en sus múltiples formas, lo venimos contando hace meses, mina las posibilidades de pluralismo la democracia representativa a través de planteamientos dicotómicos, y por ende excluyentes, del relato común.
La naturaleza plebiscitaria que sin duda será uno de los grandes temas del tiempo nuestro, redunda sin embargo en otras esferas. Pienso, por ejemplo, y espero que el lector disculpe el meta-comentario, en los foros en los que a través de los medios de comunicación se debaten asuntos del discurrir público. Desconozco si existe relación de causalidad con el auge de los espacios dedicados a tal labor con la polarización política, pero la traslación del plebiscito y el desecho de los pormenores son habituales.
Sucede que incluso los defensores del matiz como garante de la discusión sosegada nos vemos obligados a la asunción de postulados rotundos, algunas veces en aras de la contundencia, que conlleva a menudo mayor aceptación, otras por una cuestión tan sencilla como la zona de confort. Cuando el debate identitario o tribal, en su más amplio sentido, copa la batalla retórica, resulta incómodo no encontrar rápidamente un pack argumentativo en el que encajarse.
Me ha costado animarme a exponer las dudas que me suscita la celebración del día de la Mujer. Es ciertamente desalentador asistir a foros en los que una conmemoración transversal se convierte en una competición para ver a quién le repugna más la violencia de género. Tampoco me satisface, todo lo contrario, la idea de excluir a los hombres del debate cuando se trata de hablar de cuestiones como la conciliación laboral, la brecha salarial, o la corresponsabilidad entre padres y madres. Por eso prefiero hablar del día de la igualdad entre hombres y mujeres en lugar de reservar para nosotras un día especial, como si hubieran de protegernos de nuestra propia condición.
Y sin embargo, aunque conozco y valoro la igualdad de derechos independientemente de cuestiones como el género, la religión o el origen recogida en la Constitución española, me resultan insuficientes las aseveraciones que niegan la brecha salarial y reducen la cuestión a la libre elección de las mujeres para con sus prioridades. Si se realiza una inspección de honestidad intelectual parece complicado afirmar sin más que no existe desagravio alguno porque la decisión de la mujer de prescindir de ser madre se toma libremente. Cuanto menos, es revelador que donde existe una brecha salarial a favor de las mujeres, sea precisamente en los grupos de adultos sin hijos.
Yo no soy madre, y no me atrevo a sentenciar hasta qué punto es viable la corresponsabilidad absolutamente ecuánime entre papás y mamás. Creo que tiene sentido que la cuestión de la igualdad siga estando sobre la mesa mientras quede camino por recorrer y a la vez no puedo evitar una incomodidad latente cuando se me aparta un día al año exclusivamente por una arbitrariedad en mi identidad. En mi caso, poco preeminente frente a otras.