THE OBJECTIVE
Cristian Campos

Harto de navegar al pairo

En la primera escena de The Young Pope, la serie de televisión dirigida por el napolitano Paolo Sorrentino, un joven Papa de 47 años da su primera homilía desde el balcón del Vaticano y defiende la masturbación, el aborto, los anticonceptivos y la posibilidad de que las mujeres den misa. En resumen (dice él) “la libertad y el juego”. Los fieles aplauden enfervorizados mientras agitan sus banderitas de plástico. 

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Harto de navegar al pairo

En la primera escena de The Young Pope, la serie de televisión dirigida por el napolitano Paolo Sorrentino, un joven Papa de 47 años da su primera homilía desde el balcón del Vaticano y defiende la masturbación, el aborto, los anticonceptivos y la posibilidad de que las mujeres den misa. En resumen (dice él) “la libertad y el juego”. Los fieles aplauden enfervorizados mientras agitan sus banderitas de plástico.

De inmediato se confirma que todo ha sido una pesadilla. Porque el Papa joven es en realidad un ultraconservador que ha llegado al Vaticano dispuesto a imponer la ortodoxia, abroncar a los fieles por su falta de fe y expulsar a los homosexuales de la Iglesia (“dos tercios de la curia” según se dice en la serie). En resumen, a recuperar para Dios aquello que le fue arrebatado en 1685 cuando Isaac Newton dio con la ley de la gravitación universal: el monopolio del terror y del misterio.

El monopolio del terror ha pasado a manos del islam. El del misterio, a manos de la ciencia. El de la libertad y el juego está repartido como el Gordo de Navidad entre publicistas de calzoncillos, Beyoncé, ejecutivos de Coca-Cola, carcamales comunistas en busca de la juventud perdida y por supuesto, el Papa Francisco, al que no le debe de haber sentado nada bien la caricatura que hace Sorrentino de su Iglesia.

Me preguntaron este fin de semana (a mí, un ateo) qué era lo que me fascinaba de este joven Papa. Por supuesto, su intransigencia e intolerancia. Que no es más que coherencia suicida. En tiempos de burricie líquida, los personajes que no negocian, que no ceden, que no aceptan compromisos con la realidad, resultan infinitamente más seductores que cualquier laissez faire, laissez passer moral contemporáneo. “El hombre sólo es libre dentro del rigor” me dijo en cierta ocasión alguien que sabía de lo que hablaba porque va por la vida más recto que el palo de una escoba y, precisamente por ello, tan feliz.

De ahí el atractivo del Sherlock Holmes interpretado por Benedict Cumberbatch, del Dr. House encarnado por Hugh Laurie y del Papa de Jude Law. También de individuos de carne y hueso como Christopher Hitchens, Félix de Azúa, Oriana Fallaci o Antonio Escohotado. Se trata de personajes kamikaze, sí, y su órdago a la burrez está condenado de antemano a acabar con su completa aniquilación física y mental. Pero a veces son necesarios los faros en el horizonte. Aunque sólo sean espejismos de un occidental harto de navegar al pairo en el mar de su propia intrascendencia.

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