THE OBJECTIVE
Melchor Miralles

Diamantes de sangre, diamantes de muerte

No he podido evitar escribir sobre este asunto del diamante de Sierra Leona. Al ver la foto, esa mano negra, la piedra preciosa, el agua sucia… Se me han revuelto los recuerdos de la primera vez que pisé Freetown, el viaje hasta Madina, la selva, la frontera con Conakry, los jóvenes que fueron niños soldados en contra de su voluntad, sus miradas, sus palabras, esa cuneta maldita en la que asesinaron a Miguel Gil. Sierra Leona, donde se libró una de las guerras más repugnantes que conoce la historia. Por los diamantes, los putos diamantes, y todo lo que rodeaba el control de esas piedras, que llevó el país al desastre ante una comunidad internacional que, como casi siempre, llegó tarde.

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Diamantes de sangre, diamantes de muerte

No he podido evitar escribir sobre este asunto del diamante de Sierra Leona. Al ver la foto, esa mano negra, la piedra preciosa, el agua sucia… Se me han revuelto los recuerdos de la primera vez que pisé Freetown, el viaje hasta Madina, la selva, la frontera con Conakry, los jóvenes que fueron niños soldados en contra de su voluntad, sus miradas, sus palabras, esa cuneta maldita en la que asesinaron a Miguel Gil. Sierra Leona, donde se libró una de las guerras más repugnantes que conoce la historia. Por los diamantes, los putos diamantes, y todo lo que rodeaba el control de esas piedras, que llevó el país al desastre ante una comunidad internacional que, como casi siempre, llegó tarde.

Un pastor cristiano encontró el miércoles uno de los diamantes más grandes del mundo en Kono, al este de Sierra Leona. 709 kilates. Ahora está en el Banco Central. El presidente agradeció al jefe local que no sacara el diamante de Sierra Leona, y añadió que “los propietarios deben obtener lo que se les debe y el hallazgo debe beneficiar al país en su conjunto”. Es más que probable que el beneficio sea exiguo para el país, incluso para el propietario, porque siempre es así.

África es un nido de corrupción en buena parte de los Gobiernos, que lo han aprendido con tino de ese “primer mundo” que de vez en cuando lava su conciencia con su ayuda insuficiente y tardía. El pastor que encontró el diamante y sus colegas de Kono, gente decente como la mayoría allí, al menos, no han perdido la vida. Hace no mucho les habrían cortado el cuello a machetazos tras pillarles la piedra con la que habrían comprado las armas para alimentar la guerra para controlar el país. El círculo vicioso que se repite y se repite. Diamantes de sangre. Diamantes de muerte. Diamantes de mierda que debieran haber hecho de Sierra Leona un país rico y próspero, pero que lo convirtieron en un gran cementerio. Y ahí siguen, peleando la vida, con una sonrisa. Y con un par.

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