MyTO

A vueltas con el gudari cagón

A la derecha española no le ha gustado la entrevista de John Carlin a Arnaldo Otegi en El País. Otra vez me toca estar en desacuerdo con la derecha española.

Opinión
  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

A la derecha española no le ha gustado la entrevista de John Carlin a Arnaldo Otegi en El País. Otra vez me toca estar en desacuerdo con la derecha española. A mí me parece una entrevista notable en tanto en cuanto cumple con el propósito añejo de un género periodístico tantas veces maltratado: conseguir que el entrevistado se mire en el espejo y que el lector sea testigo de ese asomarse al propio rostro.

En este caso el ejercicio es abismal. De retrato de Dorian Gray, vamos, pues nos encontramos ante uno de las jetas más deleznables de la política española. Otegi fue terrorista e hizo todo lo posible por que la banda asesina ETA saliera indemne de sus crímenes. Pagó cárcel por sus graves delitos. Ahora, pretendidamente demócrata y profundamente hipócrita, equipara víctimas con verdugos en una burda operación de mezquino relativismo moral. Veamos al gudari cagón en acción: “Si a mí me dicen mañana que la Guardia Civil va abandonar mi país, que se va a declarar la independencia y que van a entregar las armas, yo monto una fiesta y, vamos, se me va a notar en la cara que estoy encantado”. O sea que las fuerzas y cuerpos de seguridad de un estado democrático son equiparables a unos cobardes matarifes con capucha. Empezamos bien.

Seguimos: “Para mí la autocrítica más estructural y más profunda que hacemos es precisamente esta: es decir, que nosotros no fuéramos capaces de leer antes que había una sociedad a la que supuestamente pretendíamos servir que nos estaba demandando que cesara la lucha armada. No supimos leer que la lucha armada debería haber desaparecido antes”. Un analfabeto vocacional (la peor especie, pues ha despreciado la oportunidad de instruirse y educarse en el bien) hablando de exégesis de la realidad. Extraordinario.

Y la traca: “Primero tenemos el desarme y hay otros capítulos que se van a exigir, como el tema de los presos, la dispersión, los presos enfermos, desmilitarización global”. Los presos con cáncer, dice. Esos mismos que se pasean con txapela por las tascas txakolí en mano y contando sus criminales hazañas. Desmilitarización será la de una panda de asesinos pusilánimes sin medalla ni batalla ni heroísmo. En fin, la garrulería no conoce vergüenza.

En cualquier caso, Otegi sería un ser desechable y que no merecería ni cinco minutos de mi preciado tiempo si no fuera porque aquellos chulos de cartón-piedra que hablan de gánsteres en comisiones parlamentarias son sus mullidos valedores, sus genuflexos cómplices, sus sonrientes aliados en mi ciudad.

Y eso sí que no.