¿Viva Zapata? ¡Viva Rivera!
La película ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan, comienza con una escena ambientada en un imponente despacho donde un joven líder campesino se enfrenta, valiente, al presidente mexicano Porfirio Díaz. Éste le pregunta cómo se llama y el campesino responde: Emiliano Zapata. El presidente toma una lista que tiene sobre su mesa y rodea su nombre.
La película ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan, termina con una escena ambientada en un imponente despacho donde un joven líder campesino se enfrenta, valiente, al general Emiliano Zapata. Éste le pregunta cómo se llama, el campesino responde y cuando Zapata se dispone tomar una lista para rodear su nombre con un círculo, le asalta el recuerdo, toma conciencia de cómo el poder le ha cambiado, entra en cólera y destroza aquella lista infamante.
Son dos escenas que ejemplifican a la perfección el poder transformador que las instituciones ejercen sobre los individuos, incluidos sobre aquellos que llegaron a las instituciones con la vocación y la promesa de transformarlas. Es la eterna dialéctica del reformador y el poder. Quién reforma a quién.
No sé si, al sellar el acuerdo para aprobar unos Presupuestos Generales que compran un puñado de votos mediante un milmillonario tributo al nacionalismo, el ya no tan joven Albert Rivera tuvo el mismo rapto de lucidez que el Zapata de Kazan. De haber ocurrido y haberse acordado del joven Albert Rivera, de aquel que improvisaba en pueblos hostiles mitines callejeros a ritmo de garaje, su cólera habría sido digna del capitán Haddock.
Ciudadanos fue la creación de un puñado de aguerridos intelectuales que soñaban con acabar con la hegemonía del discurso nacionalista en Cataluña y, en Madrid, con el chantaje al que insaciables partidos regionales someten -iba a escribir ‘sometían’, pero el pasado se hizo presente ayer en el Congreso- a los gobiernos españoles en minoría. Todo lo demás vino luego. Lo del liberalismo progresista, la regeneración y todas esas coqueterías políticas tan poco arriesgadas.
No va a venir Ciudadanos a estas alturas a explicarnos lo que son las servidumbres de la política. No es necesario que sea Rivera quien nos recuerde que lo que diferencia a un político de un activista es que el primero está dispuesto a transigir con sus principios. O, dicho de otro modo, que hay dos tipos de partidos: los que en algún momento se han traicionado a sí mismos y los extraparlamentarios.
Lo que de verdad sería triste es que se confirmase esta creciente sensación de que los dirigentes de Ciudadanos están hoy más preocupados por justificar su presencia en el palco del Bernabéu que en el pacto del ‘cuponazo’. Porque eso significaría que también han renunciado a luchar en la batalla crucial de la política española actual: la de la moñería.