Macron y la pregunta por el futuro
La victoria de Emmanuel Macron constituye un hálito de esperanza para un continente falto de decisión. La UE, como ya observó el siempre sugerente Luuk van Middelaar, se ha construido a base de crisis y cabe pensar que también ahora sucederá igual. El relato decadente de Le Pen, cocido al fuego lento del miedo, ha sido derrotado por un optimismo y un posibilismo razonables.
La pregunta por Francia es la pregunta por el futuro inmediato de Europa. Aunque no sólo eso: la confrontación entre Macron y Le Pen ejemplifica la fractura social que se abre de forma progresiva en todo Occidente. Reflexionando sobre la sorpresiva victoria de Donald Trump, el ensayista Christopher Caldwell anotaba que el eje del debate en los Estados Unidos responde menos a unos estrechos parámetros ideológicos que a una cuestión sociológica. Es posible, aunque ambos vectores sin duda se entrecruzan. Hablamos de problemas idénticos –el paro y los salarios bajos, la crisis migratoria, el descrédito institucional, la presión que supone el cambio de valores–, pero de mundos y de sensibilidades antagónicas: el cosmopolitismo frente a la renacionalización de la soberanía, el reformismo moderado frente a la percepción apocalíptica de la realidad, la educación y lo que los ingleses denominanmanners frente a la falsa espontaneidad del que se siente cómodo en el exabrupto. La cuestión, insisto, va mucho más allá del debate concreto y urgente sobre el futuro de la Unión Europea y apunta al corazón mismo de nuestras expectativas de cara a los próximos quince o veinte años. ¿Qué Europa, qué democracia y qué modelo de sociedad queremos?
La victoria de Emmanuel Macron constituye un hálito de esperanza para un continente falto de decisión. La UE, como ya observó el siempre sugerente Luuk van Middelaar, se ha construido a base de crisis y cabe pensar que también ahora sucederá igual. El relato decadente de Le Pen, cocido al fuego lento del miedo, ha sido derrotado por un optimismo y un posibilismo razonables. Sin embargo, sería ingenuo suponer que el resultado de la extrema derecha en Francia –o anteriormente el Brexit o la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos– no refleja un cambio profundo respecto a la valoración del relato democrático en estas últimas décadas. De pronto, la imposibilidad de comprender y de asumir el ritmo veloz de las transformaciones ha conducido a un malestar generalizado que se sustancia en un deseo de contar con dirigentes carismáticos que contrarresten el consenso de las elites. La victoria de Macron en Francia es tiempo que se gana a esta inquietante incógnita: la pregunta por el futuro.