¿Estamos a rolexs o a setas?
La Guerra Civil se comprende mejor desde la sección de comentarios de una noticia cualquiera de un diario español cualquiera.
La Guerra Civil se comprende mejor desde la sección de comentarios de una noticia cualquiera de un diario español cualquiera. Ahí andan los dos españoles de siempre con sus tres opiniones de siempre (eso lo cantaba Vainica Doble en 1973) metiendo ideología donde cinco minutos antes de su llegada sólo había una anécdota ascendida a categoría de escándalo de la década por algún periodista con hambre de clics fáciles. Léase, por ejemplo, esto: la noticia de la destitución de un entrenador de fútbol infantil porque su equipo goleaba “demasiado” a los rivales. El escándalo, por lo visto, no es que lo hayan destituido sino que hayan tardado tanto en hacerlo.
El artículo, quizá por pereza o quizá porque eso le quitaría todo potencial cismático a la historia, no explica a qué se deben esas diferencias entre equipos. Con lo fácil que resultaba preguntarle al entrenador destituido y a sus destituidores el porqué de tanto gol. Quizá el equipo ganador ha entrenado más y mejor que el perdedor, y entonces el 25-0 se antoja corto como reflejo de las diferencias entre un equipo de chavales que ha sudado para ganar en la vida real y otro que se ha conformado con ganarle a un puñado de polígonos en el Fifa17. Quizá la media de edad del equipo ganador es de 16 años y la del perdedor, de 14, y entonces la solución sería tocarle la cresta a los organizadores del torneo e informarles de que a esas edades un puñado de meses se convierten en una diferencia física insalvable.
Sea cual sea la explicación al 25-0 el artículo no la cuenta, lo que deja el campo abierto a una batalla del Ebro dialéctica en la que uno de los bandos, el beato, cae en la apología de esa mediocridad que no le toleraría a su cirujano, mientras que el otro, el darwinista social, cae en la exaltación de ese Superhombre de Nietzsche que, caso de existir, muy posiblemente le consideraría un infrahumano merecedor de fosa común. Uno de los comentaristas incluso menciona irónicamente la posibilidad de que el ritmo de aprendizaje en la escuela lo marquen los tres mejores alumnos de cada clase (los que las aprovechan) y que ondulen a los peores (los que las revientan). De lo cual se infiere que es mucho mejor que el ritmo lo marquen los tres peores, o los tres del medio que para el caso suele ser lo mismo, y que ondulen a los mejores.
Pero sé lo que están pensando. Los niños no juegan a fútbol para convertirse en cirujanos. Lo cual es una verdad a medias porque un cirujano no es sólo un tipo que aplica el manual del buen cirujano sino el resultado de un lento destilado de aprendizaje técnico pero también moral en el que la voluntad de mejora y de perfeccionamiento, es decir la autoestima y la vergüenza torera que nos empuja hacia ella, juega un papel central. Pero aceptando que los niños no juegan a fútbol para convertirse en cirujanos, ¿para que juegan entonces a fútbol los niños? Si es para competir, el escándalo frente al 25-0 sobra. Lisa y llanamente, uno de los dos equipos es mucho mejor que el otro.
Pero si es para “jugar”, entonces una de dos. O aceptamos que el 25-0 es el resultado de un “juego” y en ese caso no tiene mayor importancia (aunque ya me dirán con qué cara le negamos a los ganadores su derecho a jugar a meterle dos docenas de goles al contrario), o llevamos al equipo perdedor a una piscina de bolas de colores en vez de a un campo de césped y les ahorramos la humillación de perder con un equipo de chavales que está en esta vida a rolexs y no a setas.