THE OBJECTIVE
Rafa Latorre

La Transición y sus impugnadores

De todas las subespecies nacidas del sectarismo la más fascinante para mí es la del impugnador. El impugnador es un paladín de la Historia. Un tipo cuya experiencia más cercana al apocalipsis es que se le caiga internet y que sin embargo juzga con severidad el legado que ha recibido. No se acerca a la Historia para comprenderla sino para combatirla. Y en el combate se deja todas las fuerzas que otros empeñan en el estudio.

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La Transición y sus impugnadores

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De todas las subespecies del sectario la más fascinante para mí es la del impugnador. El impugnador es un paladín de la Historia. Un tipo cuya experiencia más cercana al apocalipsis es que se le caiga internet y que sin embargo juzga con severidad el legado que ha recibido. No se acerca a la Historia para comprenderla sino para combatirla. Y en el combate se deja las fuerzas que otros empeñan en el estudio. 

El impugnador, que no sólo no ha vivido una guerra sino que tampoco ha experimentado jamás lo que es el miedo a vivirla, cree que la Transición fue el amaño de las elites para prolongar el franquismo y no la milagrosa conjunción de terror y generosidad que engendró la prosperidad que hoy disfruta tan a disgusto.

Del impugnador lo más latoso es su proselitismo y su arrogancia. Lo que sugiere el impugnador es que si él hubiera pilotado el proceso –porque es de los que suele creer en supersticiones como que alguien maneja el timón de los procesos históricos- todo habría salido mucho mejor y no nos habríamos convertido en una democracia liberal y en la cuarta economía de la Unión Europea sino en… no sé, en algo mejor, quién sabe qué. 

El impugnador no sabe de Historia pero sí sabría cómo arreglarla. Maneja un recetario dialéctico que le hubiera servido para superar cualquiera de los desafíos a los que se ha enfrentado el homo sapiens, excepto los presentes. Hay que aclarar que su recetario funciona mejor con los inamovibles hechos del pasado que con el dúctil presente. Es algo que demostraron los impugnadores de Podemos cuando cruzaron el charco para cederle el recetario a países que no dejarán de envidiar durante lustros la paz, la prosperidad y la estabilidad española. ¿Acaso no resulta grotesco que Monedero se crea con legitimidad para enmendar a Torcuato Fernández-Miranda? 

El impugnador es vocacional pero además hay momentos de crisis política en los que la impugnación se convierte en un negocio formidable. Entonces se inflama el verbo -y el salario- y se abusa de la teatralización. 40 años después de que se celebraran las primeras elecciones de la democracia vivimos uno de esos momentos.

Decenas de diputados acudieron esta semana al Congreso para impugnar el origen de su legitimidad como representantes del pueblo español. En este tipo de aniversarios es cuando el impugnador se dedica con más empeño a la estrafalaria tarea de impugnarse a sí mismo y es capaz de arrasar a Antonio Machado y a quien se ponga por delante. Al fin y al cabo, la Historia ha de ponerse al servicio de un bien superior. El suyo.

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