¿Tu quoque, Donald?
A muchos les molestó la actualización que en Shakespeare in the park hicieron de Julio César, con Trump en el papel del tirano asesinado. Incluso los patrocinadores se sintieron obligados a retirar su esponsorización, publicitando así su buen gusto y moderación. Pero yo, que detesto las actualizaciones en general y las de Shakespeare en particular, debo admitir que esta, o al menos la polémica que la ha seguido, me ha parecido de gran interés.
A muchos les molestó la actualización que en Shakespeare in the park hicieron de Julio César, con Trump en el papel del tirano asesinado. Incluso los patrocinadores se sintieron obligados a retirar su esponsorización, publicitando así su buen gusto y moderación. Pero yo, que detesto las actualizaciones en general y las de Shakespeare en particular, debo admitir que esta, o al menos la polémica que la ha seguido, me ha parecido de gran interés. Porque que todo el mundo pretenda incrustar en el texto de Shakespeare sus propios y miserables prejuicios políticos demuestra, precisamente, la tragedia de la vida política y el sentido de la obra.
“Para los demócratas y los infelices republicanos, escribía Mary Beard, Julio César es el hombre que hizo caer la democracia y la condujo hacia el autoritario régimen de los emperadores. Para los propios simpatizantes de Trump, César es el hombre que limpió el chiquero de la República tardía y la condujo hacia la Pax Romana.” En realidad, añade, “la única cosa que realmente tienen en común Julio César y Donald Trump es su obsesión “con el pelo o, con más exactitud, la falta de pelo”.
Parece que no son pocos los demócratas y los infelices republicanos que fantasean con un tiranicidio, literal o figurado, que devuelva a América a la senda de la democracia y la salve del peligro autoritario. Y muchos se ven en la obligación de advertirles que lo que Shakespeare pretendía era precisamente denunciar los peligros del tiranicidio, que no supuso para Roma un retorno a la virtud republicana sino al terror de la guerra y la tiranía. Les advierten estos entendidos contra el entusiasmo precipitado, porque la obra acaba mal.
Pero si el Julio César es una tragedia no es solo porque acabe mal sino porque no podía acabar bien. Como en el famoso chiste de nosotros o el caos, aquí si César vivía la República perecía y si César moría la República también. De ahí que la obra sea también una necesaria advertencia contra las excesivas pretensiones de todos aquellos que pretenden acabar de una vez por todas con la injusticia, la pobreza, la corrupción, el populismo o lo que sea. Porque las peores desgracias suelen ser fruto de las más nobles intenciones.
Parece que no son pocos demócratas que ven lo malo que podría llegar a ser Trump y que unos pocos menos ven también lo malo que podría ser acabar con él. Lo que a todos nos cuesta más de ver es la tragedia que esto representa, porque los modernos vivimos con la convicción de que las instituciones nos la pueden ahorrar. Por eso deberíamos al menos ser capaces de reconocer que la lucha contra la posibilidad de la tiranía no es tanto la lucha contra el posible tirano como por la preservación de unas instituciones que dificulten el mal tanto como el exceso de bien.