¡Qué hermosa fue la revolución!
“Al doblar la esquina de la Rambla nos hemos llevado una sorpresa tremenda: ante nuestros ojos, de golpe, la revolución”, escribió Frank Borkenau al llegar a Barcelona. ¡Y qué hermosa parecía! De repente era posible improvisar la propia vida para acercarla a la medida de los sueños.
“Al doblar la esquina de la Rambla nos hemos llevado una sorpresa tremenda: ante nuestros ojos, de golpe, la revolución”, escribió Frank Borkenau al llegar a Barcelona. ¡Y qué hermosa parecía! De repente era posible improvisar la propia vida para acercarla a la medida de los sueños.
De un día para otro, desaparecieron las sotanas, los sombreros y las corbatas. Las calles se llenaron de monos azules de mecánico, adornados con correas e insignias, porque a la revolución siempre le ha gustado vestir de uniforme mientras decreta la libertad. Las jóvenes paseaban sin sombrero, sin maquillaje, sin medias, ni guantes, ni otro adorno que el de su espontaneidad.
Desde los árboles de las Ramblas los altavoces difundían himnos revolucionarios que los organilleros aprendieron rápidamente a tocar. Las orquestas recorrían las calles hasta bien entrada la madrugada, proclamando la llegada del futuro.
Oradores improvisados tomaban la palabra para defender la quema del dinero, la desaparición de las cárceles, la supresión de la obligación de trabajar, las bondades del nudismo, la organización de la indisciplina, el vegetarianismo… Y, por supuesto, se quemaban iglesias y conventos y “los paseíllos” se convirtieron en una liturgia de madrugada.
Probablemente nunca se ha conducido en Barcelona de manera más temeraria, despreocupada y alegre que en aquel julio. Asegura Koltsov, el corresponsal de Pravda, que parecía que incluso los coches habían autoproclamado su libertad… contra el código de circulación. Antes de terminar el mes, no había un coche en Barcelona sin abolladuras.
Hubo quien se dirigió al Ministerio de Justicia para cambiar su nombre o apellido. Así, el cenetista Gervasio Fernández de Dios, solicitó cambiar su segundo apellido por el de Bakunin, porque “no quiero nada con Dios”. Tampoco se quería tener que ver con Dios, que el tradicional “¡Adiós!” fue sustituido por el “¡Salud!”.
Pero llegó el otoño, puntal a su cita con el calendario, y las primeras lluvias descubrieron que los guardias de asalto habían sustituido a los milicianos. “La Revolución -escribió Kaminski- ya no es una alegre chica que sonríe desde un cartel al paseante. La Revolución ha convertido en un soldado sin afeitar, con casco, con granadas en el cinturón”. Mary Low añade que los hombres comenzaron a sacar sus corbatas de los armarios y que aparecieron pintadas que pedían “Més mongetes i menys punyetes!” (“Más judías y menos puñetas”).
El 26 de septiembre un barcelonés de a pie, Joaquim Renart, anota en su diario: “El hombre es algo fantástico. Se acostumbra a todo, se adapta a todo. Lo que ayer era imposible, hoy es normalísimo. La palabra imposible deberá borrarse del diccionario. El hombre es algo bien fantástico. Se acostumbra a todo, se adapta a todo”.
En julio de 1936 los vehículos de Barcelona lucían orgullosos la inscripción UHP (Uníos, Hermanos Proletarios). En mayo de 1937 las organizaciones que se autoproclamaban proletarias se enfrentaron a tiros en las calles de la ciudad. En julio de 1937, los mutilados de guerra se manifestaron en las Ramblas reclamando las pagas atrasadas.