Barbarie en Japón
Este jueves han sido ahorcados dos hombres en Japón que habían sido condenados a muerte. Suponen la decimoctava y decimonovena ejecuciones bajo el actual Gobierno de Shinzo Abe. Primero fue ajusticiado Masakatsu Nishikawa, de 61 años, condenado por el asesinato de cuatro mujeres en los años 90. Después Koichi Sumida, de 34 años, que asesinó a una compañera de trabajo en 2011.
Este jueves han sido ahorcados dos hombres en Japón que habían sido condenados a muerte. Suponen la decimoctava y decimonovena ejecuciones bajo el actual Gobierno de Shinzo Abe. Primero fue ajusticiado Masakatsu Nishikawa, de 61 años, condenado por el asesinato de cuatro mujeres en los años 90. Después Koichi Sumida, de 34 años, que asesinó a una compañera de trabajo en 2011.
El ministro de Justicia, Katsutoshi Kaneda, dice que firmó las ejecuciones tras “pensarlo cuidadosamente”. Con un par. La realidad es que en Japón se sigue practicando la barbarie, como en los Estados Unidos de Norteamérica, los dos únicos países industrializados que mantienen la pena capital. Una barbarie con la que no se hace justicia, sino que es un ejercicio de venganza social. Intolerable. Arcaico. Inútil. Porque, además, allí donde hay pena de muerte existe la posibilidad de que un inocente sea ejecutado, lo cual es barbarie, pura barbarie.
Desde Cesare Beccaria a otros menos ilustres penalistas no hay uno que se precie que no esté en contra de la pena de muerte. Y menos aún en el Siglo XXI. Resulta inconcebible en todos lados, pero más aún en países que son punteros en desarrollo tecnológico, cultural y en todos los ámbitos. No debemos parar de denunciarlo. Los delitos cometidos por los ejecutados, si eran culpables, son terribles, odiosos. No hay duda. Merecen una severa sanción penal. Pero la pena de muerte es inaceptable. Y como escribió Martin Luther King, lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos ante la barbarie. Hoy en Japón, mañana en cualquiera de los 60 países que la mantienen vigente.