Viejos terribles
Hace no menos de 15 años asistí a una conferencia de Carlos Pumares en un colegio mayor. En el tiempo que ha pasado desde entonces la televisión -con la complicidad del propio Pumares- se ha encargado de hacernos olvidar que es un erudito que ha visto miles de películas, con una memoria privilegiada capaz de recordar los detalles más nimios de una producción olvidada por todos y con un capacidad prodigiosa para entusiasmar desde la radio a los aficionados al cine.
Hace no menos de 15 años asistí a una conferencia de Carlos Pumares en un colegio mayor. En el tiempo que ha pasado desde entonces la televisión -con la complicidad del propio Pumares- se ha encargado de hacernos olvidar que es un erudito que ha visto miles de películas, con una memoria privilegiada capaz de recordar los detalles más nimios de una producción olvidada por todos y con un capacidad prodigiosa para entusiasmar desde la radio a los aficionados al cine.
Pumares siempre fue un desmitificador que, más que opinar, sentencia y al que le gusta azuzar al oyente. Aquel día dijo que Woody Allen le aburría soberanamente, que cuando llegaba de madrugada a casa lo que le apetecía era ponerse una de Van Damme y que hoy por hoy -el hoy por hoy de principios del siglo XXI- La Naranja Mecánica no tenía ningún interés porque su violencia y su crudeza ya no escandalizaban a nadie.
Esta última sentencia demostraba que Pumares subestimaba el moralismo del mundo que estaba por venir. La Naranja Mecánica escandaliza hoy mucho más que ayer porque lo que hoy de verdad escandaliza es el mundo de ayer.
Recuerdo el impacto que me produjo el remake de Robocop. La original, de 1987, era una película hiperviolenta, con escenas casi insoportables, en la que el mal se manifiesta sin ambigüedades y desmembra, ejecuta a sangre fría y se divierte con sus presas. La nueva Robocop es un sucedáneo desgrasado, un espectáculo infantil, accesible, para todos los públicos y lo que va de una a otra película es el signo de los tiempos.
Quien me hizo pensar sobre esto fue mi amigo Cristian Campos, que en un hilo reciente en Twitter reflexionaba sobre cómo se habían invertido los factores del escándalo. Ahora son los cascarrabias talluditos los que consiguen arrancan suspiros de doncella -esta expresión ya es de por sí escandalosa- a unos chavales tan atemorizados que inspiran ternura. Ya no hablamos del enfant terrible sino del terrible vieil homme, que además necesita muy poco, mucho menos de lo que necesitaban los enfants terribles, para provocar desmayos. Señores como Javier Marías, al que le basta una obviedad como que Gloria Fuertes no merece estar en el canon literario para provocar desmayos y lipotimias. ¡Si hasta Christopher Nolan, integrado entre los integrados, escandaliza!
Para defenderse de las provocaciones de estos viejos terribles se han inventado una serie desopilante de ‘ismos’ de apariencia paródica. Capacitismo, etnocentrismo, nosecuantismo… Esa debe de ser la expresión moderna de la corrección, ‘ismos’ que no sabes ni de donde han salido y que sirven para minar cualquier debate. Y los religiosos pensaban que había una crisis de vocación… Qué buenos beatos estamos criando.