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El padre Apeles, Rufián, Ed Wood y los zombies

El vampiro eclipsado por un zombie. A manera de ficción ha sucedido hoy que la necrofilia social ha preferido George G. Romero al gran Martin Landau. En twitter, sin ir más lejos, los panegíricos se dedicaban al maquillaje tosco y al gore de pintura por encima de aquel lirismo triste, solitario y final del anciano yonqui encuadrado por el poeta peor pero sublime en un jardín devastado.

Opinión
  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

El vampiro eclipsado por un zombie. A manera de ficción ha sucedido hoy que la necrofilia social ha preferido George G. Romero al gran Martin Landau. En twitter, sin ir más lejos, los panegíricos se dedicaban al maquillaje tosco y al gore de pintura por encima de aquel lirismo triste, solitario y final del anciano yonqui encuadrado por el poeta peor pero sublime en un jardín devastado. Guillermo del Toro declaraba admiración por el director de pelis de sustos y lo encumbraba como creador célebre de subgéneros góticos o así. Perfecto.

No comparto el gusto por ese cine con monstruitos levantándose de la tumba. Sin embargo cuento entre mis pelis preferidas del metacine –estupendo me pongo- el Ed Wood de Tim Burton. Pocas veces se ha expresado tan bien la adicción al arte, el empeño y la voluntad por encima de las posibilidades y el talento, la ilusión descorchada y desconchada, la amistad bendita y el punto de rareza (frikismo) que esconde la manía de encerrarse del mundo todo alienándose en ficciones fantásticas.

Pero si hablamos de zombies y delirantes, nada como esa lucha en el barro que protagonizaron el padre Apeles y Gabriel Rufián en un canal de televisión cualquiera y en una noche terrorífica. Discúlpenme, pero mi vida vampírica de fin de semana me lleva a frecuentar inmundo tugurios catódicos. No los recomiendo, pero sin lugar a dudas devuelven a modo de eco de gritos histéricos la realidad de un tiempo y un país. Ahí estaban en pantalla el cura dicharachero y el ágrafo diputado desgañitándose sobre el Valle de Los Caídos. Poco importa que el de la sotana defendiera una supuesta intención reconciliadora en el hórrido monumento y que el engolado engominado aprovechara la ocasión para soltar la enésima baba progre de tópicos desinformados. Lo peor de todo es que un cargo público catalán ya solo sirva para despanzurrarse, cual Gil y Gil, en el jacuzzi burbujeante de una tele que antaño exhibía a las estupendísimas Mamá Chicho y hoy tiene a un tal Jorge Javier Vázquez de vedette mayor.

Lo dicho: los feos y zafios zombies eclipsando siempre a los sublimes y sensibles vampiros.