¿Censuradito?
Si hay algo peor que nuestro escandalito diario es el escandalito sobre el escandalito, ese sofocón que se alimenta de los sofocos de los demás. Así ha ocurrido con el Instituto de la Mujer del País Vasco y su lista de canciones recomendadas para las fiestas. Uno se asoma al periódico y se imagina a Luis Fonsi como a Shostakovich, con la maleta hecha esperando aterrado de madrugada a la policía política.
Si hay algo peor que nuestro escandalito diario es el escandalito sobre el escandalito, ese sofocón que se alimenta de los sofocos de los demás. Así ha ocurrido con el Instituto de la Mujer del País Vasco y su lista de canciones recomendadas para las fiestas. Uno se asoma al periódico y se imagina a Luis Fonsi como a Shostakovich, con la maleta hecha esperando aterrado de madrugada a la policía política.
En realidad ha sido una de tantas anécdotas que solo demuestran dos cosas: que en España hay organismos públicos ocupando su tiempo en elaborar playlists y que la incorrección política tiene unos engranajes muy parecidos a los de la corrección política. La ruedas dentadas de la hipervigilancia, la susceptibilidad y la precipitación.
El Instituto de la Mujer del País Vasco no pidió que censurasen Despacito y yo no he conseguido encontrar un solo entrecomillado de alguno de sus responsables que critique la letra de la canción. El organismo recomendó una serie de canciones que a mí no me apetece nada escuchar porque creo que no hay nada peor que la música aleccionadora. Pero allá cada cual. Como el propio Mark Twain dijo sobre los rumores de su muerte, la noticia de la censura de Despacito ha sido sin duda algo exagerada.
Es terrible descubrirte los mismos tics que aquellos a los que no soportas. Y, creanme, si hay alguien a quien no soporto es a esos beatillos custodios de lo correcto. Llevaba todo el día pensando en escribir sobre la censura del Despacito, ya me había sentado y a la manera de aquel aguerrido editorialista había exclamado «¡Se van a enterar en el Kremlin!». Y al informarme me di cuenta de que no había tema y de que yo mismo llevaba varias horas comportándome como un beato de lo antibeato. Qué descubrimiento tan deprimente.