El centenario que no se celebró
Este año se conmemora un centenario muy curioso. Se cumplen cuatro siglos de la aparición de la última de las obras firmadas por don Miguel de Cervantes Saavedra: ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda’. Es una obra póstuma, aparecida meses después de que su creador dijese basta y quedara sepultado en algún rincón del convento de las Trinitarias. Probablemente, este año nadie escribirá nada sobre la obra ni sobre su centenario. Es más, probablemente nadie leerá esta maravillosa recopilación de aventuras que ideó el maestro, ni este año ni nunca. Alguno pensará, incluso, que es el último centenario cervantino que nuestra generación soportará, por el momento, tras haberse fumado con papel de plata un par de efemérides alrededor del Quijote y otra, más reciente, alrededor de su muerte. Como ocurrió con todas estas fechas, la última celebración en torno al Persiles será un fracaso. Se paseará por la indiferencia del lector hasta perderse en el cementerio de obras maestras olvidadas. Sin remedio.
Este año se conmemora un centenario muy curioso. Se cumplen cuatro siglos de la aparición de la última de las obras firmadas por don Miguel de Cervantes Saavedra: ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda’. Es una obra póstuma, aparecida meses después de que su creador dijese basta y quedara sepultado en algún rincón del convento de las Trinitarias. Probablemente, este año nadie escribirá nada sobre la obra ni sobre su centenario. Es más, probablemente nadie leerá esta maravillosa recopilación de aventuras que ideó el maestro, ni este año ni nunca. Alguno pensará, incluso, que es el último centenario cervantino que nuestra generación soportará, por el momento, tras haberse fumado con papel de plata un par de efemérides alrededor del Quijote y otra, más reciente, alrededor de su muerte. Como ocurrió con todas estas fechas, la última celebración en torno al Persiles será un fracaso. Se paseará por la indiferencia del lector hasta perderse en el cementerio de obras maestras olvidadas. Sin remedio.
La introducción ya se sacude la idea sobre la que se sustenta esta columna: el fracaso de nuestra lealtad con el más universal de los españoles. El año pasado, para conmemorar el cuarto centenario de su muerte, el motor económico de este país decidió que el homenaje debía zanjarse con unas gafas quevedescas para el león del Congreso. Ante tan simbólica (y triste) imagen, sólo nos quedó mirar hacia una de nuestras culturas vecinas, la británica, que también celebraba el centenario de su mesías literario. Y, claro, tocó meter la cabeza bajo el agua, a ver si con suerte la asfixia nos alcanzaba pronto. Mientras Cameron difundía un artículo por las principales cabeceras del mundo periodístico glosando los fastos del centenario shakespeariano, aquí la clase política se limitaba a sujetar con fuerza el paraguas, esperando a que las gafas de Quevedo sofocasen la crítica. A la falta de coordinación y, sobre todo, de previsión, Darío Villanueva, presidente de la Real Academia, le dedicó unas palabras tan mordaces como hirientes: «Hace 400 años que sabíamos que este año era el centenario de la muerte de Cervantes… y aquí nadie hace nada».
Ahora bien, el desenlace de esta columna se escribe solo: el hecho de que nadie piense en el Persiles es el principal síntoma de esta enfermedad cultural que el año pasado llegó con el centenario cervantino. El objetivo de una conmemoración de este estilo no tendría que consistir en cartografiarle a la gente la cima de la literatura universal que alcanzó Cervantes. Tampoco debería consistir en explicar la importancia que el alcalaíno tiene dentro de la evolución de esta lengua española. Eso ya nos lo incrustó en la mollera el profesor tardodemócrata de turno. Y, por supuesto, no debería de consistir en ver cómo la clase política desprende la burda intención de recibir una medalla en forma de anteojos barrocos. El objetivo de la conmemoración cervantina consistía, simplemente, en conseguir que hoy alguien leyera hoy el Persiles. Y, como ya saben, volvimos a fracasar.