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El discurso del rey a la catalana

Más que un acendrado sentimiento republicano, en Cataluña existe una alergia revenida y un tanto carlistona hacia el actual jefe del Estado. Recordemos las injuriosas pancartas de la manifestación posterior a los atentados de Barcelona en las que se acusaba directamente al monarca de traficante de armas. La explicación de la inquina es bien conocida: en el relato independentista el cambio de la dinastía Habsburgo por la borbónica, en una cruenta guerra que hay que entender en un marco europeo y no ombliguista, significa, con el permiso del Conde Duque de Olivares, la constatación de la opresión española.

Opinión
  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

Más que un acendrado sentimiento republicano, en Cataluña existe una alergia revenida y un tanto carlistona hacia el actual jefe del Estado. Recordemos las injuriosas pancartas de la manifestación posterior a los atentados de Barcelona en las que se acusaba directamente al monarca de traficante de armas. La explicación de la inquina es bien conocida: en el relato independentista el cambio de la dinastía Habsburgo por la borbónica, en una cruenta guerra que hay que entender en un marco europeo y no ombliguista, significa, con el permiso del Conde Duque de Olivares, la constatación de la opresión española.

Poco importa que el mártir Rafael Casanovas viviera una existencia longeva, acomodada y facunda bajo el yugo castellano o que en el siglo XVIII a los catalanes se les abrieran las puertas del mercado americano consolidando y perfeccionando el comercio con esclavos al que la aristocracia y posteriormente la incipiente burguesía tanto deben en su opulento aposentamiento condal; poco importa cuando la sucesión se convierte para escolares y tele(in)videntes en el germen de la secesión. Y al contrincante se le apela por el apellido azul y se le convierte en símbolo de siglos de victimismo fermentado.

Ha podido verse/leerse/escucharse esta mañana de miércoles en el que tecleo estas líneas, en los principales medios de comunicación públicos y subvencionados de Cataluña, la falta de rigor, educación y honestidad (tres atributos que sí tuvo el discurso real) para con la monarquía y su función de garante de los principios constitucionales.

Sin ir más lejos, una Empar Moliner (Pilar Rahola Y Sid Vicious terminal pasados por el túrmix) hacía sus coñas de cuñada fiestera en TV3 con la imagen de Felipe V y la voz en off de su tocayo con palote latino.
Por no hablar del subidón por las paredes de la maulet Terribas en la radio pública catalana al diseccionar con sierra eléctrica los regios párrafos.

Como no podía ser de otra manera, Basté pedía calma, amor al terruño y abrazos en su hoja parroquial diaria “incluso” (con esa untuosa condescendencia adverbial de capellán que perdona los pecados del descarriado en la fe verdadera) “a los que [el discurso de ayer] les pareció adecuado”. “Amo Cataluña y su gente. Amamos Cataluña. Y eso que nadie nos lo quiera cambiar ni chapucear”. Oído al parche, foráneos con o sin corona.

La palma carcajeante, en cualquier caso, quede para el periódico del Conde de Godó. La interpretación lúdica y abstracta de La Vanguardia del concreto discurso de marras no tiene desperdicio: “El Rey anima a defender las ideas dentro de la ley”. Por cierto, el sufrido monarca no es recompensado ni con un alentador semáforo verde en páginas interiores.
Dicho lo cual, ya pueden empezar a aplaudir los ruidosos y desolados cachivaches del negro y ajeno exterior.