Una manifestación necesaria
Decenas de miles de primerizos en materia de manifestaciones tomaron ayer las calles de Barcelona. La impericia de muchos de los que ayer salimos se adivinaba en detalles menores: banderas mal anudadas, decenas de consignas distintas y mal acompasadas y muchísimas personas que se acercaban en solitario a la concentración desde primera hora, sin saber muy bien qué hacer ni a quién dirigirse pero íntimamente alentados desde hacía días a no perderse lo que fuera a suceder en la capital catalana.
Decenas de miles de primerizos en materia de manifestaciones tomaron ayer las calles de Barcelona. La impericia de muchos de los que ayer salimos se adivinaba en detalles menores: banderas mal anudadas, decenas de consignas distintas y mal acompasadas y muchísimas personas que se acercaban en solitario a la concentración desde primera hora, sin saber muy bien qué hacer ni a quién dirigirse pero íntimamente alentados desde hacía días a no perderse lo que fuera a suceder en la capital catalana.
A quienes descreemos de las movilizaciones populares frente a la democracia parlamentaria no resulta sencillo convocarnos en la calles a proclamar consignas políticas. Muchos de los catalanes que nos oponemos a la secesión sin duda hemos manifestado nuestra preferencia por las urnas: basta revisar los resultados electorales de las últimas elecciones autonómicas. Y sin embargo, muchos entendieron, entendimos, que la manifestación de ayer no buscaba ser una réplica simétrica al nacionalismo catalán sino un sencillo acto de afirmación de nuestra condición de catalanes.
Las movilizaciones de las últimas diadas habían permitido que los dirigentes independentistas hablasen impunemente en nombre de Cataluña. Se lo creyeron tanto que han llegado a silenciar a los contrarios a la secesión incluso en las instituciones. Que hayamos salido a la calle es, en nuestro caso, un acto en legítima defensa para refutar la manida idea del ‘un sol poble’ que los nacionalistas catalanes y muchos políticos españoles han construido a costa nuestra. La manifestación de ayer se salda con un éxito no menor: Cataluña es plural y su futuro no lo pueden decidir quienes tienen secuestrados a los ciudadanos.
El mensaje de ayer es un varapalo a los partidarios de la ‘mediación’ con quien olvida mediar con parte importante de su ciudadanía. Quien no entienda después de ayer que somos los catalanes entre nosotros quienes tenemos mucho que dialogar tiene un problema importante de miopía: no somos una entidad monolítica al servicio de los intereses del nacionalismo. Ya no. Por eso se llevó Josep Borrell una enorme ovación cuando afirmó que estábamos allí para defender el pluralismo político: porque sabemos quién nos lo ha arrebatado y contra ellos clamamos.
Y sí, con nosotros, muchos conciudadanos llegados de todos los rincones de España para cantar vivas a Cataluña que el nacionalismo más intolerante –encabezado por diputados autonómicos y líderes de opinión del separatismo- calificó de extranjeros. Nosotros no somos excluyentes. Hay que agradecer todas las horas de coche, aviones y trenes que dedicaron para acompañarnos en la defensa de nuestra democracia. Gracias.
Un apunte final. El pluralismo político no es un asunto menor. Prueba de ello es que con la reivindicación que de él hicimos ayer algunos sentimos particularmente que hemos recuperado algo extraordinario: la normalidad. Algo tan poco estridente como la exhibir nuestra identidad plural sin miedo a ser tildados de traidores o súbditos es mucho más fácil hoy que ayer. Creo que en un ejercicio de honestidad, nuestro fuero interno nos dice que sí, que hoy todos los españoles –todos- somos un poco más libres. ¡Viva la Constitución!