Common decency
En sus libros, George Orwell hablaba de una common decency que apelaba directamente al fondo moral de las clases medias, base y fundamento de cualquier democracia posible: la fidelidad y la confianza, la generosidad y el respeto mutuo entre los ciudadanos.
En sus libros, George Orwell hablaba de una common decency que apelaba directamente al fondo moral de las clases medias, base y fundamento de cualquier democracia posible: la fidelidad y la confianza, la generosidad y el respeto mutuo entre los ciudadanos. La decencia común es el gran valor de la política humilde frente al anhelo de perfección que caracteriza a los totalitarismos ideológicos, definidos por una voluntad marcada por el resentimiento, la incomprensión mutua y, en nuestro mundo además, por los eslóganes de la agitación y la propaganda. Orwell sabía demasiado bien –lo pudo comprobar a lo largo de su vida– que estos valores de la decencia común son precisamente los de la democracia imperfecta pero posible: “lo que todas las pequeñas ideologías malolientes que ahora rivalizan por el control de nuestra alma odian con idéntico odio”. El imperio actual de la posverdad nos permite entender de sobra el sentido de las palabras del escritor británico. Que se diga por ejemplo que, “porque se quiere y se puede”, la mitad de una sociedad está dispuesta a convertir en extranjera a la otra mitad, como nos recordaba hace unos días en esta misma sección Juan Claudio de Ramón. O que ese “querer y poder” –la voluntad de poder nietzscheana, en definitiva- sea suficiente para hablar de dignidad democrática.
La decencia común de Orwell constituye la tierra natal de todos aquellos que desconfiamos de los credos excluyentes y que reivindicamos, en cambio, la letra menuda del día a día. Si para un filósofo como Rémi Brague el concepto de la modernidad se vincula en su etimología a la moderación, ninguna propuesta de futuro puede desligarse de ese jardín plural de los afectos que cultiva la memoria: una memoria capaz de rechazar el narcisismo asfixiante del dolor propio para abrirse al dolor de los demás. Una memoria democrática que es fecunda porque se deja fecundar por otras lágrimas y otras esperanzas. En realidad, la dignidad es esta decencia común que nos recuerda continuamente que nos hacemos junto a los demás y gracias a los otros. Y que el mejor patriotismo consiste precisamente en recorrer ese camino largo y difícil que nos permite reconocer la riqueza de la diversidad, nuestra diversidad.