Cosas que he aprendido del 'procés'
El procés ha resultado ser un máster de filosofía política (un poco caro, eso sí) para todo aquel que no tenga suficiente con insultar a la realidad y aspire a comprenderla en un sentido maquiaveliano, es decir, objetivo, diferenciando nítidamente entre lo que le gustaría que pasara y lo que factualmente pasa.
El procés ha resultado ser un máster de filosofía política (un poco caro, eso sí) para todo aquel que no tenga suficiente con insultar a la realidad y aspire a comprenderla en un sentido maquiaveliano, es decir, objetivo, diferenciando nítidamente entre lo que le gustaría que pasara y lo que factualmente pasa.
¿Y que es lo que pasa?
En primer lugar, pasa que nos gustaría que ganasen los nuestros porque son los buenos (sabemos que son los buenos porque nuestro relato de los hechos no hace sino resaltar su bondad).
En segundo lugar, pasa que en las situaciones políticas marcadas por ese enfrentamiento que Carl Schmitt llamaba existencial (porque cada parte cree que está en juego su identidad), no importan tanto los hechos como lo que se puede hacer con ellos. Por eso el campo de batalla ha sido el mediático.
En tercer lugar, pasa que lo verdaderamente importante no es lo que se relata, sino reforzar la confianza de los nuestros en que poseemos un relato capaz de encauzar los hechos. Es decir, que los narradores de nuestro relato son personas tan sagaces y previsoras que consiguen que todo cuanto pasa se corresponda fielmente con lo programado. El ciudadano demócrata es –y no puede dejar de serlo- profundamente narcisista y aunque necesita sentirse en el lado bueno de la historia, cuando disfruta realmente es cuando se siente en el lado listo de la misma.
En cuarto lugar, pasa que, como el mismo Maquiavelo nos advirtió, las cosas políticas son tan volubles que no se puede organizar un sitio de un año sin que el azar nos obligue a modificar nuestra estrategia. No podemos deshacernos de un inconveniente sin que inmediatamente nos surja otro. Pero resulta que, como no hay relato capaz de prever lo imprevisto, lo más que pueden hacer los narradores ante lo inesperado es modificar el pasado para hacerlo mendazmente profético de aquello que ya ha sucedido.
Lo que pasa, en quinto lugar, es que un relato debilita su poder profético cuando los que lo reciben comienzan a lamentarse en público de que “jo ja no entenc res” (yo ya no entiendo nada) y lo arruina completamente cuando a estos derrotistas no se les puede decir “Tú no eres de aquí, así que no puedes entenderlo”.
¿Qué es lo que no se entiende?
No se entiende por qué hemos dejado de creer que Puigdemont era la liebre que jugaba con el galgo para pasar a temer que sea la liebre que huye desnortada del galgo.