Narcisismo e impunidad
No se entenderá el fenómeno del separatismo, del “prusés” que tanto dinero y energía ha costado a España durante los últimos cinco años sin tener en cuenta un factor psicológico fundamental: el narcisismo herido del sr. Artur Mas…
No se entenderá el fenómeno del separatismo, del “prusés” que tanto dinero y energía ha costado a España durante los últimos cinco años sin tener en cuenta un factor psicológico fundamental: el narcisismo herido del sr. Artur Mas, designado por el consejo de ancianos como jefe de la tribu pero que tras ganar dos convocatorias de elecciones sólo pudo por fin gobernar en el contexto de una crisis económica que le hacía prever la pronta pérdida de la tan largamente codiciada posición y el regreso a la oposición; ese narcisismo se refleja en el narcisismo de un público al que se ha educado, instruido y convencido de que constituye una comunidad espiritual, que esa comunidad es diferente –más civilizada, más trabajadora, más inteligente, más culta, más europea: en resumen, mejor— que otras en cuya vecindad se ve obligada a estar, y de que en un Estado independiente, una nueva República, todos sus integrantes serían mucho más ricos y más felices. Ante la imposibilidad de alcanzar ese cielo prometido, y ante la indiferencia del mundo, que, ocupado en otros asuntos también interesantes no parece darse por enterado de la belleza del narcisista, éste siente el dolor de una herida y reacciona votando a quien más daño le pueda hacer o reuniéndose en multitudinarias manifestaciones con las que reitera periódicamente la fe en constituir una comunidad, una realidad visible.
Esta condición narcisista tiene la particularidad de ser inmune a determinadas evidencias que quizá en otro lugar serían demoledoras. Como por ejemplo, las numerosas mentiras que se contaron, según las revelaciones diarias de las investigaciones de los cuerpos de seguridad del Estado y la prensa no subvencionada; como la desvergonzada incoherencia de quienes un día reclaman al pueblo o a sus gobernantes heroísmo frente a una autoridad estatal odiosa… y al día siguiente, para ahorrarse las consecuencias de sus actos, se someten mansa y humildemente a esa misma autoridad; como el aspecto funambulesco de actuaciones como fugarse a Bruselas, o la participación en procesos electorales convocados por un Estado cuya autoridad detestan y niegan. En otras sociedades menos formateadas y menos narcisistas que la del prusesismo, todo esto acaso sería motivo de vergüenza y de cesación, quizá de escándalo. No sucede así en este caso, en que es de prever que los responsables de un enorme despilfarro de energía, dinero y tiempo— reasuman el poder dentro de un mes, reanudando el latazo y el despilfarro allí donde ahora lo han dejado por razones de fuerza mayor.