THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

La abuela de Leo Strauss

No hay que descartar la posibilidad de que Maquiavelo estuviera guiado por un impulso piadoso al escribir El Príncipe y que su pretensión fuera hacernos creer que los gobernantes son “maquiavélicos”, para evitarnos tener que aceptar que no van sobrados de inteligencia. Quizás, en definitiva, creyó que era noble ocultarnos todo cuanto la vida política tiene de vodevil.

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La abuela de Leo Strauss

No hay que descartar la posibilidad de que Maquiavelo estuviera guiado por un impulso piadoso al escribir El Príncipe y que su pretensión fuera hacernos creer que los gobernantes son “maquiavélicos”, para evitarnos tener que aceptar que no van sobrados de inteligencia. Quizás, en definitiva, creyó que era noble ocultarnos todo cuanto la vida política tiene de vodevil.

George Anastaplo sugiere que su maestro Leo Strauss –gran lector de Maquiavelo- solía recordar en sus clases de la universidad de Chicago el consejo que le daba su abuela en Alemania: “Te sorprenderías, hijo mío, si supieras con qué poca sabiduría está gobernado el mundo.”

Daniel Capó, que es un sabio, me aseguró que esta cita era en realidad “un aforismo político del valido sueco del rey Gustavo Adolfo, Axel Oxestierna -de la época de Richelieu y Olivares-, una de las grandes figuras políticas en la historia de Suecia. La cita original, en la correspondencia a su hijo Johann, parece ser que es esta: “An nescis, mi fili, quantilla prudentia mundus regatur.”

Pero la fuente de Oxestierna pudo haber sido el lúbrico papa Julio III, que tenía datos más que suficientes para dar fe de los límites de la inteligencia política. Precisamente por eso, es imprescindible que el político esté al servicio de ese refuerzo de la inteligencia que es la ley, en lugar de poner la ley a su servicio. Como Joan Maragall defendía en 1906, las leyes no pueden ser un instrumento de gobierno, sino que el gobierno ha de ser el instrumento de la ley.

Como queriendo darle la razón a la abuela de Strauss, en un mismo día los residentes en Cataluña hemos asistido a un espectáculo bastante clarificador de esto que estamos tratando.

El diputado Joan Tardà declaró por la mañana que “gracias al 1-O, somos república. Ahora hace falta pasar a estar en república. Por eso es básico ganar las elecciones en sufragios y escaños.” El mismo Tardà admitió por la tarde que “Cataluña será independiente si los catalanes quieren que lo sea. Por cierto, ¿saben por qué todavía no somos independientes? Porque no ha existido la mayoría de catalanes que así lo haya querido”. Francesc Homs, del partido de Puigdemont, replicaba inmediatamente a Tardà: “Acusar a Puigdemont de traidor cuando planteó hacer elecciones para evitar el 155 y ahora decir que no estábamos preparados, es insólito (y me quedo corto).” Pero son varios los exconsejeros de Puigdemont que han reconocido en los últimos días que “no estábamos preparados”. O sea, que para evitarse la acusación de traidor, Puigdemont, en lugar de hacer lo que creía que tenía que hacer, hizo lo que sabía que no tenía que hacer.

Acabo de leer L’ordre du jour, el libro que le ha merecido el Goncourt a Éric Vuillard. Una escena me ha turbado profundamente. Tiene por protagonista a Éduard Daladier, jefe del gobierno francés. Está descendiendo del avión que lo trae de la reunión que ha celebrado en Munich con Chamberlain, Mussolini y Hitler y en la que, aparentemente, han garantizado la paz en Europa. Mientras es aclamado por una multitud de franceses, se le escapa un lamento sottovoce: “¡Ah! ¡Qué ingenuos! ¡Si supieran…!”

¡Vete a saber si la función de las ideologías es hacernos ignorar lo que sabemos!

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