Sobre los lugares adecuados y los hombres sirena
Se llama ‘La silla de Fernando’ y es una película-conversación con Fernando Fernán Gómez que hicieron David Trueba y Luis Alegre. Pero es mucho más que un diálogo en el que el actor y director aborda distintos temas como la guerra civil, sus tiempos mozos, las noches de Madrid, las mujeres, el amor o el franquismo…
Se llama ‘La silla de Fernando’ y es una película-conversación con Fernando Fernán Gómez que hicieron David Trueba y Luis Alegre. Pero es mucho más que un diálogo en el que el actor y director aborda distintos temas como la guerra civil, sus tiempos mozos, las noches de Madrid, las mujeres, el amor o el franquismo…Desde su silla, Fernán Gómez pontifica, se adentra en todos los terrenos políticamente incorrectos y pantanosos, se ríe y hace reír. Se enfada y hace enfadar. Cuenta, en definitiva su paso por esta montaña rusa a la que comúnmente llamamos vida.
De joven, su deseo era ser guapo y fuerte, el mismo que tenemos muchos de nosotros aunque no lo digamos en público. Siempre me han parecido particularmente admirables las personas que dicen lo que piensan sin temor al juicio ajeno. Mi abuela dice que esas son cosas de la vejez, de la llegada de ese tiempo en el que uno empieza por fin a relativizar las cosas. La vejez no es solo dejar de sufrir por el pasado sino también desacralizar por fin el tabú del qué dirán.
Una de las reflexiones que más me gustó es la que Fernán Gómez hace en torno a la envidia. Siempre se ha dicho que ésta es el pecado capital de los españoles y yo misma, hasta que vi la película, lo hubiera corroborado. Sin embargo, el mítico actor lo desmiente. Envidiar es “querer ser como otro”, es un deseo en positivo en el sentido del que dice “me hubiera encantado escribir El Quijote”. Fernán Gómez matiza que el verdadero pecado nacional no es la envidia sino el desprecio a la excelencia. Aquel que dice, por ejemplo, frente a las 1200 páginas de El Quijote, “pues chico, llevo treinta páginas y no es para tanto. Vaya tostón”.
En la película hay otro momento verdaderamente memorable: aquel en el que el actor y director habla de la búsqueda del amor. En su juventud salía mucho de juerga –al bar del aeropuerto de Barajas, el único abierto hasta las tantas en tiempos de dictadura y prohibiciones– y ahí buscaba a su mujer soñada. Su arquetipo ideal era Marlene Dietrich, una femme fatal en toda regla. “Destrúyeme” hubiera querido decirle Fernán Gómez a la hipotética Dietrich española. Este deseo se lo transmitió Fernando a una amiga con la que salía entonces, que le respondió: “Ay, Fernando, a ti nadie puede destruirte. Tú ya estás destruido”. Por aquellos tiempos amigos y conocidos le advertían seriamente de que estaba buscando a su mujer ideal en los lugares equivocados. Los bares de alterne no eran los adecuados. Pero ahí discrepo: las personas importantes aparecen de entre los rincones más insospechados.
Eso también lo cuenta Samantha Schweblin, que poco tiene que ver con Fernán Gómez. O bueno, igual más de lo que nos pensamos. Ayer terminé el maravilloso Pájaros en la boca y otros cuentos, y más allá de que me enamoré del relato que le da título al libro y asimismo de uno llamado ‘Mujeres desesperadas’, me quedo con uno que se llama ‘El hombre sirena’. En él, una mujer está en un bar del muelle esperando a su hermano Daniel: juntos tienen que ir a cuidar de su madre. De repente, sobre una columna de hormigón del muelle, divisa a un hombre sirena. Tarda en entender el significado de aquello y se acerca. Conocerse, que dice Salinas, es el relámpago, Y así les ocurre a ambos, que se enamoran en un instante, si es que eso es posible y si cuando ocurre es posible dejarlo para más adelante: “Aunque no puedo decirle que lo amo: no todavía, debe pasar más tiempo, debemos hacer las cosas paso a paso (…). Pero la decisión está tomada, es irrevocable”.
Sin embargo, pronto aparece su hermano Daniel en su busca, y ella se levanta, supongo, porque le ocurre como a Fernán Gómez, que no sabe si ese es el lugar donde debería estar buscando el amor. Y sin embargo.
“Se queda mirándome un momento. Me doy vuelta hacia el mar. Él, hermoso y plateado sobre el muelle, levanta un bazo para saludarnos. Y aun así, Daniel entra al auto y abre la puerta de mi lado. Entonces no sé qué hacer, y cuando no sé qué hacer, el mundo me parece un lugar terrible para alguien como yo, y me siento muy triste. Por eso pienso: es solo un hombre sirena, es solo un hombre sirena, mientras subo al auto y trato de tranquilizarme. Puede estar ahí otra vez mañana, esperándome.”
O puede que no, querida. Así que bájate del coche. Dile a Daniel que se vaya por donde ha venido y corre hacia el muelle, hazlo deprisa y cruza los dedos para que el hombre sirena, que ha divisado a lo lejos tus dudas y titubeos siga siendo el vínculo y el hilo, el amarre a la única vida que tienes, que no es la de Daniel ni la de tu madre, ni la de los miedos que viajan raudos dentro del coche. Corre. ¿Sabes que solo ocurre una vez, que solo hay un único hombre sirena?