El caso de la mujer millennial
El relato de ficción Cat Person, estreno de la desconocida Kristen Roupenian en The New Yorker en su número del pasado 11 de diciembre, ha cruzado internet y el paisaje cultural anglosajón como un huracán. El cuento ha sido el más leído del año en la publicación, superando a Zadie Smith o a un inédito de F. Scott Fitzgerald, y la puja por los derechos en Estados Unidos del primer libro de Roupenian, de 36 años, anda por el millón de dólares. Todo un unicornio editorial.
El relato de ficción Cat Person, estreno de la desconocida Kristen Roupenian en The New Yorker en su número del pasado 11 de diciembre, ha cruzado internet y el paisaje cultural anglosajón como un huracán. El cuento ha sido el más leído del año en la publicación, superando a Zadie Smith o a un inédito de F. Scott Fitzgerald, y la puja por los derechos en Estados Unidos del primer libro de Roupenian, de 36 años, anda por el millón de dólares. Todo un unicornio editorial.
Pero el verdadero impacto de la historia del truncado romance entre la universitaria Margot, de 20 años, y un treintañero con aspecto de leñador que vive con dos gatos, ha sido el debate iniciado y alimentado en redes sociales por mujeres jóvenes -aunque no solo- acerca de su sexualidad y del mismo lugar de las mujeres en un mundo patriarcal. En plena catarsis por el caso de abusos de Harvey Weinstein y de muchos otros -también el de Ryan Lizza, periodista estrella del New Yorker, ya despedido- y el éxito del movimiento #MeToo, la narración de Roupenian ha sido acogida como la aportación millennial al asunto.
La precisión de la escritora para describir las emociones de Margot durante su dating -el hipercodificado universo del ligar anglosajón- con Robert ha sido el rasgo más alabado; a saber: el flirteo y la inseguridad iniciales de la protagonista, el enamoramiento mediado por emoticonos y memes, el desencanto ante el carácter, la torpeza y el físico de Robert, y la problemática ruptura después de unos desastrosos minutos de sexo.
La piedra angular del debate ha sido esa última parte; en palabras de una periodista inglesa, «el sexo que no queremos, pero que tenemos igualmente». Las mil formas en las que aflora el sometimiento psicológico de la mujer al hombre -en este caso, sexual, aunque la historia no refiera atisbo de abuso-. La reacción masculina predominante ha sido la de indagar en la inseguridad y la fragilidad que pudieran explicar el comportamiento de Robert. Y el relato, pese a no ser una virguería literaria, es tan poliédrico que, en efecto, alumbra las dos versiones. Aunque de forma desigual, Margot y Robert parecen víctimas de algo más grande que ellos (hasta en el insulto final de Robert parece intuirse eso).
Es de agradecer la intención de reflejar la complejidad de la reivindicación feminista, tan evidente y justa como las estadísticas y la experiencia personal de cualquiera pueden confirmar, pero también tan maltratada a veces. Y, al margen de todo ello, la descripción de un nuevo mundo que parece ya imparable, absolutamente dominado por el móvil y la comunicación silenciosa desde islas desiertas, y por un miedo desbocado a la frustración, el dolor y la injusticia, pero también al calor, la esperanza y el amor que esconde cualquier contacto humano.