THE OBJECTIVE
Andrés Miguel Rondón

Fuego, furia y lejanía

A pesar de todos mis esfuerzos, regreso a España sin una copia de Fire and Fury. Tal ha sido la conmoción en Estados Unidos que ya no quedan ni en Amazon. Y se entiende: el libro revelación de los primeros meses de la más histriónica de las presidencias norteamericanas, la del chabacano hombre de tabloides y reality shows que es Donald Trump (quien por cierto ha sido, quizás adrede, el principal promotor de la fiebre) con su destape de conspiraciones, secretos a tras-cámara, chismes del aposento conyugal presidencial, promete un schadenfreude de mucho cuidado y el record mundial de trapos sucios limpiados fuera de casa.

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Fuego, furia y lejanía

Reuters

A pesar de todos mis esfuerzos, regreso a España sin una copia de Fire and Fury. Tal ha sido la conmoción en Estados Unidos que ya no quedan ni en Amazon. Y se entiende: el libro revelación de los primeros meses de la más histriónica de las presidencias norteamericanas, la del chabacano hombre de tabloides y reality shows que es Donald Trump (quien por cierto ha sido, quizás adrede, el principal promotor de la fiebre) con su destape de conspiraciones, secretos a tras-cámara, chismes del aposento conyugal presidencial, promete un schadenfreude de mucho cuidado y el record mundial de trapos sucios limpiados fuera de casa.

Lo que ha salido de abreboca es, sin duda, irresistible. Para empezar Stephen Bannon, el que hasta hace meses era para muchos el Goebbels del Trumpismo (el único capaz de articular tal borrachera ideológica) se planta frente a su profeta y lo tilda, refiriéndose al escándalo ruso, de necio, torpe y –por si fuera poco— de traidor. San Pablo renunciando a la Biblia. Melania Trump, primera dama, aparece llorando de pena aquel fatídico ocho de noviembre del año pasado, muy a propósito de la victoria de su marido, en pleno centro de campaña: la Rapunzel que lamenta el rescate de su héroe. La pareja de infantes –Ivanka Trump y Jared Kushner— se muestran luchando en constantes y comiquísimas intrigas en la corte del vanidoso y distraído presidente, en búsqueda de así sea un minuto de su tiempo caprichoso, para que les firme alguna ley de impacto intergeneracional: ¿el principio del mayorazgo Carogringo? Y finalmente tenemos al propio Trump, pasándose sus valiosas horas prostrado ante un televisor viendo noticias, vestido de bata de dormir, en un trono que más bien es un sofá y que tiene de cetro una app de Twitter y de copa una lata de Coca-Cola Light. ¡Que salga la película ya, por favor!

Lo cierto es que estos días que me he obligado a ver, ahora que he podido estando en Norteamérica, Fox News así sea una vez al día, he confirmado mis sospechas que este es un deporte minoritario. Para el canal de noticias más visto en EEUU, este escándalo de librito no ha sido otra cosa que un intento de la izquierda de deslegitimar al presidente que ha llevado el NASDAQ a temblorosos máximos históricos. Pero la verdad es que Trump se deslegitima a sí mismo: este sábado, en respuesta a las sospechas que el libro ha levantado acerca de su salud mental, tweeteó posiblemente la contradicción más sonora de los últimos tiempos: “Mi mayor bien es mi estabilidad mental y que soy, como que, muy inteligente… Un genio muy estable”.

Aun así, medio Estados Unidos ni se inmutó. La vida, aunque cada vez más descabellada, continúa. Por lo que ya abordando mi avión, y yéndome de este país tan otrora promisorio, de este escándalo tan ruidoso y tan contidiano, me voy con un sabor oxidado en la lengua: el de probar una vez más la locura que vuelve sin que nadie se dé cuenta.

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