Que vuelvan los romanos
Decir que “miles de personas se concentran ante el Congreso para pedir el retorno de los romanos” puede ser un titular estupendo para El mundo today.
Dada la proximidad de mi despacho a la Carrera de San Jerónimo, raro es el día que, a través de la ventana, no me alcanza el alboroto de una manifestación a las puertas del Congreso. Recuerdo especialmente una que tuvo lugar de forma reciente, en medio de sonoras protestas, dirigidas con un megáfono. ¿De qué se trata hoy?, me preguntó al llegar mi compañero, acostumbrado a las protestas. Entonces ladeé la cabeza, en gesto de aguzar el oído, y escuché: ¡Que vuelvan los romanos!
Aquella proclama me pareció, a un tiempo, brillante e improbable. Efectivamente, tras varios minutos de incertidumbre, concluí que los gruesos cristales blindados del Parlamento me habían jugado una mala (o buena, según se mire) pasada auditiva. Probé a pegar la oreja una segunda vez, obteniendo al fin una respuesta cabal: ¡Devuelvan lo robado! Era una proclama a todas luces más aburrida, aunque también más ilustrativa del debate político nacional.
La imaginación siempre pergeña resultados más felices e hilarantes que la realidad. Me acordé entonces de mi abuela, afectada por una notable sordera en sus últimos años. En una ocasión, tras tratar de comunicarme con ella infructuosamente: ¿Qué? ¿Cómo? No te entiendo, me di por vencida: Abuela, que estás sorda. ¿Que estoy gorda? La enjuta nonagenaria y yo nos partimos de risa inmediatamente.
La tecnología también puede actuar como un cristal blindado o una hipoacusia sobrevenida en las comunicaciones. La diferencia es que los resultados suelen ser menos divertidos. Las redes sociales se han convertido en una suerte de teléfono escacharrado por el cual se comparten informaciones imprecisas, datos tergiversados, imágenes manipuladas, análisis sesgados.
Fake news (noticias falsas) ha sido la expresión del año, en palabras del prestigioso diccionario Oxford, un galardón que sugiere una tendencia: el pasado año la voz escogida fue Post-truth(posverdad), que el manual definió como una “actitud de resistencia emocional ante hechos y pruebas objetivas”.
El progresivo desdén por lo factual ha llevado a un debate sobre la necesidad de regular los contenidos que se publican y se viralizan en Internet. El asunto ha alcanzado las agendas presidenciales, y Emmanuel Macron ya ha anunciado que presentará una ley para luchar contra la propagación de noticias falsas mediante una regulación de los contenidos digitales.
Hay quienes consideran que este tipo de políticas plantea una vulneración de la libertad de expresión. Sin embargo, la información se caracteriza por ciertos atributos de claridad, asepsis y respeto a la verdad. En este caso, no se trataria de impedir la publicación de opiniones o puntos de vista, incluso de invenciones; tan solo de evitar su negligente catalogación como noticias, dado su potencial impacto social, económico y político. Es decir, de establecer criterios de realidad y ficción, y distinguir entre ellos.
Decir que “miles de personas se concentran ante el Congreso para pedir el retorno de los romanos” puede ser un titular estupendo para El mundo today, pero no debería tener cabida en ningún medio serio, bajo ninguna interpretación de la libertad de expresión. Y, si la tiene, joder, entonces sí: que vuelvan los romanos.