Saturno
Pascal Quignard, al hablar de la melancolía, cita a Homero. Leemos en la Ilíada: «Objeto de odio para los dioses, solo en la llanura de Alea, yerra un hombre cuyo corazón devora la tristeza y que evita la huella de todos los demás». El melancólico, el solitario, es el hombre apartado por los dioses, desechado por la sociedad. Dante lo sitúa en el infierno, al igual que John Milton. Es el mundo perdurable de los solitarios, hechizados por belleza frágil contenida en el tiempo, que se empeñan en reducir a cenizas el instinto continuo de la pasión. «Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris», reza el calendario litúrgico; es decir, «recuerda que eres polvo y al polvo volverás».
Pascal Quignard, al hablar de la melancolía, cita a Homero. Leemos en la Ilíada: «Objeto de odio para los dioses, solo en la llanura de Alea, yerra un hombre cuyo corazón devora la tristeza y que evita la huella de todos los demás». El melancólico, el solitario, es el hombre apartado por los dioses, desechado por la sociedad. Dante lo sitúa en el infierno, al igual que John Milton. Es el mundo perdurable de los solitarios, hechizados por belleza frágil contenida en el tiempo, que se empeñan en reducir a cenizas el instinto continuo de la pasión. «Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris«, reza el calendario litúrgico; es decir, «recuerda que eres polvo y al polvo volverás». He aquí el acta fundacional de la melancolía: una especie de maldición que llena de lágrimas la mirada humana y pone a prueba a la sociedad con su juicio. Por definición, el hombre libre es el solitario que no se ajusta a la opinión de la mayoría ni a los dogmas severos de la inteligencia mundana. El hombre libre lee porque, al llegar la noche, dialoga con sus amigos y hermanos los muertos. El hombre libre respeta las leyes escrupulosamente, pero no las obedece en su fuero interno. La maldición de la melancolía se resume en una libertad conciente de sus límites: en ocasiones, hasta la enfermedad; en ocasiones, hasta el aislamiento y la muerte.
Objeto de odio para los dioses, el arte –en cambio– ha reivindicado la bondad de la melancolía que se levanta contra los falsos ídolos que recorren la Historia. Emerson nos recuerda que el sentido de la amistad es prepararnos para la soledad. Pienso que es así: sólo desde el interior se puede iluminar la vida. La melancolía, la introversión, nos permite conocer mejor la fragilidad propia y la ajena. Nos ayuda a descreer de los supuestos valores de la normalidad. En última instancia, nos muestra, con una insistencia obsesiva, el revés del tapiz de las cuestiones humanas, que son las preguntas de los verdaderos dioses: ¿por qué el amor y la bondad?, ¿por qué el mal y la injusticia?, ¿por qué la vida?, ¿por qué la muerte? Aún más, ¿qué sería de un país y de una sociedad sin sus grandes solitarios?