La obra del 'procés' no se explica sin Colau
El intento de subvertir el orden constitucional en Cataluña de hace unos meses se ha saldado, más allá de las responsabilidades penales que se han de determinar, con unas elecciones que vuelven a otorgar una mayoría parlamentaria al independentismo.
El intento de subvertir el orden constitucional en Cataluña de hace unos meses se ha saldado, más allá de las responsabilidades penales que se han de determinar, con unas elecciones que vuelven a otorgar una mayoría parlamentaria al independentismo. Quizá los dirigentes separatistas no la deseaban, por cuanto una mayoría alternativa les hubiese facilitado urdir un relato en el que sus mentiras no quedasen expuestas de manera tan sangrante. Pero la obtuvieron y desde entonces llevan meses de pugnas intestinas por el poder mientras han de gestionar el gran engaño que perpetraron y que ha hecho estragos entre catalanes.
En estas páginas hemos escrito ya a cuenta de lo tedioso que resulta destripar los movimientos del nacionalismo post-155, sobre todo porque acaba dibujando una escena política catalana en manos exclusivamente del independentismo, que no aúna a la mayoría de catalanes en votos. Sin embargo, parece que se empiezan a despejar algunas incógnitas y el consenso de las quinielas apunta a que se formará un gobierno independentista –no sin sus correspondientes sesiones de teatro-. Esas señales sobre el devenir de los acontecimientos no vienen de los nombres que han aparecido para la candidatura a la Presidencia (Jordi Sánchez y Jordi Turull, uno en prisión provisional y ambos a la espera de sentencia), sino de los gestos del sempiterno teatro nacionalista, que vuelve a su zona de confort en sus reiteradas denuncias contra “la deriva autoritaria del Estado español”.
Para ese cometido cuentan, además, con el inestimable apoyo de Podemos y aledaños, tal como dan cuenta las polémicas semanales que el nacionalismo siempre sabe convertir en un enfrentamiento entre las instituciones catalanas y las del conjunto del Estado. Lo hemos visto con el mejunje que se ha hecho con la retirada de la obra de Santiago Sierra en los premios ARCO y las condenas a raperos y a tuiteros –asuntos muy dispares que han dado pie a que muchos actores políticos empecinados en deslegitimar la democracia española hagan comparaciones del todo fuera de lugar-.
Con la visita del Rey a Barcelona con motivo de la celebración del Mobile World Congress, que sigue acogiendo la ciudad condal, ha sucedido algo similar. A Ada Colau no le queda pleitesía para el Rey y decide plantarle; otro tanto hace el presidente del Parlament Roger Torrent y no iba a ser menos el fugado Puigdemont, quien arrogándose de nuevo la facultad de hablar en nombre de Cataluña exigió a Felipe VI que pidiera perdón para pisar suelo catalán y animó a los suyos a recibir al jefe de Estado con el ruido de las caceroladas. El nacionalismo hace a la Monarquía moderna, cierro paréntesis.
Esta última simbiosis de Colau con el separatismo es una señal inequívoca de la voluntad de entendimiento que hay de cara a las mayorías con las que cuenta la cámara catalana. La ausencia de representantes del Ayuntamiento de Barcelona y de la Generalitat ante el Rey forma parte de esa pretendida transversalidad anti-española que tanto interesa al nacionalismo catalán. Porque a la hora de la verdad, la presunta distancia ideológica entre ‘los comunes’ y el independentismo no es más que una coartada para que haya más actores en el escenario tocando al son del nacionalismo. ¿Por qué no habría que esperar que en la próxima sesión parlamentaria comunes e independentistas proclamen el rechazo al 155, la legitimidad de Puigdemont o la regresión democrática en España?
Así tienen previsto los independentistas materializar su consigna de ensanchar la base social, con una interminable serie de favores que Colau pretenderá cobrarse, a costa de seguir poniendo la marca Barcelona al servicio del ‘procés’. La cuestión es cuán caras le saldrán todas estas cesiones. La alcaldesa obtuvo unos resultados nefastos el pasado 21D y es consciente de su debilidad institucional tras romper el pacto con los socialistas. A ella, que tanto repite que el modelo autonómico está agotado, le convendría repasar el último CEO donde los catalanes partidarios de las autonomías son más que los de la secesión. Si de verdad Colau no creyera, como los nacionalistas, que Cataluña deben gobernarla los nacionalistas, podría tomar nota y dejar de contribuir a la ficción del consenso contra las instituciones españolas. Descuiden: no lo hará.