Gritos y susurros
Pienso en ello cuando me dicen que los Mossos d’Esquadra han espiado y acaso grabado las conversaciones de algunos periodistas y políticos disidentes del “prusés”. Como yo soy uno de esos disidentes, la sola posibilidad de haber sido escuchado me resulta repugnante, como una violación.
La filtración de las conversaciones que sostenían los conjurados del “prusés”, gente llamada “Marta Rovira”, “Carles Viver i Pi-Sunyer”, “Salvadó”, “Piqué”, etcétera, en vísperas de asestar su lastimoso Golpe de Estado, tiene un efecto extraño, irreal y desmoralizador, como lo tuvo antes la filtración de las conversaciones telefónicas de otros presuntos delincuentes de Madrid, como González, Granados, etc.
Dijesen lo que dijesen, y fuesen sus conversaciones inocuas o el tejido de una conspiración repugnante, por el solo hecho de que gracias al periodismo digital las escuchemos quienes no éramos los destinatarios de esas conversaciones privadas degrada automáticamente a los interlocutores. Cuanto más cautelosas, más ridículas nos parecen sus voces; sus melindres son ridículos, sus cautelosos susurros, al ser voceados urbi et orbe, descalifican su ejecutoria, sin apelación posible.
Esos audios son más crueles que la llamada “pena de telediario”; porque una cosa lamentable es observar el cuerpo del presunto delincuente arrastrado por el cieno, con las manos esposadas y arrastrado ante la autoridad judicial; pero otra cosa mucho peor es escuchar su desprevenida voz. Su voz, que es lo más íntimo que tiene el individuo. A mí me basta oír la de Marta Rovira (jefa de ERC) para advertir en todas sus inflexiones y tonalidades los vericuetos del cretinismo y del crimen. Lo cual es injusto, pues mi oído, subjetivo como es, no sintoniza con la justicia universal ni con la armonía de las esferas. No hay derecho a que sus charletas se expongan a la consideración universal.
Pienso en ello cuando me dicen que los Mossos d’Esquadra han espiado y acaso grabado las conversaciones de algunos periodistas y políticos disidentes del “prusés”. Como yo soy uno de esos disidentes, la sola posibilidad de haber sido escuchado me resulta repugnante, como una violación.
Otra cosa en la que ahora no entraré es la diferencia de la reacción de la llamada sociedad civil ante la realidad o la posibilidad de las escuchas policiales dependiendo de si éstas se producen en Madrid o en Barcelona: en Madrid el personal hubiera levantado un escándalo fenomenal y exigido explicaciones a Dios y a Satanás. Los periódicos hubieran dedicado al tema cinco columnas en portada. En Barcelona, el personal se encoge de hombros. “Et va la vie”.