Huelga mediática
Pocas veces como este 8 de marzo ha aflorado a la superficie esta brecha que existe entre los medios de comunicación y los ciudadanos de a pie a la hora de contar la realidad. A las 7:15h de la mañana la línea 1 del metro, la que cruza Madrid desde los barrios humildes del sur, estaba llena de mujeres que iban a trabajar. Para ellas era un día normal. Horas más tarde, en la plaza del Callao de Madrid, muchas periodistas decidían hacer un parón para reivindicar el Día de la Mujer. Algunas optaban por hacer huelga de 24 horas.
Pocas veces como este 8 de marzo ha aflorado a la superficie esta brecha que existe entre los medios de comunicación y los ciudadanos de a pie a la hora de contar la realidad.
A las 7:15h de la mañana la línea 1 del metro, la que cruza Madrid desde los barrios humildes del sur, estaba llena de mujeres que iban a trabajar. Para ellas era un día normal.
Horas más tarde, en la plaza del Callao de Madrid, muchas periodistas decidían hacer un parón para reivindicar el Día de la Mujer. Algunas optaban por hacer huelga de 24 horas.
A pocos metros del lugar, las calles adjuntas parecían caminos paralelos, donde la Avenida de la mayoría y el Paseo de la hegemonía nunca confluyen. Y es que la economía giraba igual, demostrando que aunque la hegemonía tenga el altavoz, la mayoría es el motor de la humanidad.
Los McDonald’s, Faborits y demás restaurantes estaban llenos de mujeres que trabajaban. Muchas de ellas procedentes de otros países y que quizás no podían permitirse renunciar a un día de salario. Algunas de estas camareras, como Samantha, han estudiado periodismo, pero con la crisis y los bajos salarios la vida no les ha dado la posibilidad de seguir intentándolo.
La mayoría de las que se manifestaban, por qué negarlo, eran las privilegiadas. Y me incluyo en ellas. Las que durante mucho tiempo hemos tenido salarios precarios pero que la generosidad de nuestras familias nos ha permitido insistir en el oficio. Sí, unas mantenidas. No por un marido, pero sí por un padre.
Toda esta gran cobertura mediática no se traducía en visitas en Google Analytics. Ni siquiera en el etéreo compromiso de un clic. Los retuits en Twitter eran solo de cara a la galería.
Otra vez, la constatación de que los medios iban por una lado y la sociedad por otro. La protesta como gesto autorreferencial, de consumo propio. Fruto de esa relación simbiótica entre prensa y poder político.
Bajando por Gran Vía hasta Cibeles tenía lugar la protesta convocada por los sindicatos frente al Ayuntamiento de Madrid. Me atrevería a decir que la mayoría de las allí presentes eran funcionarias. Y estudiantes.
En esta zona de empresas, bufetes y bancos, los bares también estaban repletos de mujeres. Abogadas, economistas y autónomas que parecía que la huelga no iba con ellas. Desconozco las causas. Algunas puede que no se atrevieran a contravenir al jefe en un mundo laboral más masculinizado que el del periodismo, pero muchas otras parecían no sentirse representadas en la huelga.
La manifestación central más importante comenzaba a las 19 horas en Atocha. Tras un día de concentraciones y protestas diversas, había partido del Atlético de Madrid.